Icare

Hace unas semanas fui invitado a exponer a un Congreso que reflexionaba sobre la relación entre lo público y lo privado en Chile. Ante un auditorio principalmente de empresarios y políticos, expuse mi opinión sobre la importancia de la colaboración entre ambos ámbitos y su capacidad de proyectar el desarrollo de un país.

En los albores del siglo XXI las esferas de influencias de la tríada conformada por el Estado, el mercado y la sociedad dependen de las circunstancias políticas y las decisiones que tomen los ciudadanos en un contexto democrático, expresadas por el Estado. Los modelos de desarrollo de economías asiáticas son justamente la consecuencia de una colaboración eficaz y armónica entre el sistema estatal y privado y la capacidad de ambos de enhebrar acciones para competir en un mundo cada vez más global.

Frente al  nuevo ciclo político, económico y social en el que nos encontramos, el Estado debe garantizar un suelo mínimo de igualdad para todos los ciudadanos, mientras que las empresas deben producir los bienes y servicios que aseguren ese mínimo. Así se liberan recursos del Estado para concentrar sus esfuerzos en materias sociales y se asegura la inclusión social en materias tan diversas como infraestructura o energía.

¿Cómo enfrentamos el aumento de un 100% del tráfico vehicular en los próximos dieciséis años? ¿Qué medidas tomaremos para disminuir la emisión por ciudadano? ¿Cómo lograremos nuestra independencia energética? Para responder estas preguntas se necesitan no sólo enormes inversiones financieras, sino también liderazgos políticos que las sostengan. Mientras que el sector privado es el responsable de invertir y velar por el financiamiento de las metas establecidas, el Estado debe ser capaz de conducir el proceso, definiendo sus características y grandes líneas.

El desafío entonces es pensar en grande y sobre todo a largo plazo. El diseño de una agenda público – privada permanente se sustenta en la intención conjunta de actuar sobre cómo se ordena un país, una región o un continente en los próximos treinta años, con metas realistas y acorde a lo que ya se ha construido.

Durante la segunda década del presente siglo ya se sabe que los ámbitos críticos de definición son la infraestructura, la energía, el cambio climático, la demografía y las ciudades. Si nos proponemos construir una mirada común con un diagnóstico, estrategia y objetivos concretos, podemos plantear líneas de desarrollo realistas sobre una definición a largo tiempo que nos permita mantener el paso  y alcanzar los sueños que proyectamos.

En un momento en el que sabemos hacia dónde se dirige el mundo, las demandas que existen y las capacidades financieras que tenemos, aprovechemos esta información y empleemos el capital humano y la innovación que ofrecen las tecnologías para avanzar con convicción hacia un país o incluso un mundo mejor, más desarrollado y más justo.

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