Las relaciones internacionales han tenido un cambio radical desde el fin de la Guerra Fría y el término del equilibrio bipolar entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Hoy estamos ante un mundo multipolar en el que, pese a que China y Estados Unidos tienen roles preponderantes, ningún país, por poderoso que sea, puede resolver autónomamente los problemas mundiales.

Vamos a ser un mundo multicoral donde el orden mundial estará determinado por los países continentes como India, China y Estados Unidos y por aquellas regiones que logren hablar con una sola voz como la Unión Europea (siempre que logre resolver sus dificultades internas).

Afrontar esta nueva realidad representa un desafío para los países de América Latina y el Caribe, los cuales deben equilibrar los intereses de sus propias naciones y sus particularidades sociales y políticas con la capacidad de actuar como un bloque en la esfera internacional. Asimismo, acostumbrados a relacionarnos con Estados Unidos y Europa, la aparición de China como un nuevo protagonista, es una oportunidad para que América Latina, coordinada en una sola voz, incida en un plano internacional.

Desde comienzos del siglo XXI, China es un actor fundamental en el desarrollo y porvenir de América Latina. Tal como lo demostró a fines del año pasado, pequeñas turbulencias en su bolsa pueden producir consecuencias insospechadas en nuestra región. Por primera vez estamos en presencia de un tránsito económico, cultural y social desde un país de oriente a una región de occidente, desde una filosofía zen a una cristiana, desde un mundo que está acostumbrado a pensar en milenio a otro que mide el tiempo en siglos.

Como región tenemos la fortuna de mirar a ambos océanos, lo que es una ventaja comparativa a la hora de coordinar acciones conjuntas para relacionarnos tanto con Europa como con China y Estados Unidos. Bajo esta premisa se deben superar las diferencias artificiales que se pretenden imponer entre los países que miran hacia el Pacífico y aquellos que bañan sus costas en el Atlántico. En cualquier instancia de acuerdo o tratado internacional pesaremos mucho más si, a la visión del Pacífico, se une Centroamérica, Paraguay, Bolivia, Brasil o Argentina o, si en el caso del Atlántico, Perú, Ecuador y Chile también participan en el debate, sumando además que México y Colombia miran a los dos océanos. De esta manera, dejaremos de actuar como un conjunto de islas y lograremos metas mucho más efectivas e importantes para la región. (En esta misma línea, también podríamos agregar ¿Por qué será que cuando Estados Unidos negocia con el Pacífico mira al Sur, mientras que cuando negocia con el Atlántico sólo lo hace con la Unión Europea?).

Un ejemplo de avance en estas nuevas formas de relaciones internacionales es la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), cuya tarea principal es coordinar la política dentro de la región y también el diálogo con el resto del mundo. En enero de 2015, todos sus ministros de Relaciones Exteriores, además de los presidentes, en ese momento, de Costa Rica, Ecuador y Venezuela, asistieron a la Primera Reunión Ministerial del Foro China-CELAC. Un par de meses después, en la Cumbre de las Américas en Panamá, se sumó el Presidente Castro de Cuba, quien estrenaba sus relaciones internacionales con Estados Unidos. El apretón de manos entre Raúl Castro y Barack Obama fue un acto de gran trascendencia al poner fin a la Guerra Fría y ratificar que Cuba forma parte de América Latina y el Caribe.

El reto entonces se encuentra en plantear ante Beijing o Washington nuestros intereses a través de una agenda colectiva equilibrada que, al mismo tiempo, mantenga nuestra autonomía. Por esto es crucial adoptar una estrategia que combine la aproximación y la precaución. Una aproximación con iniciativa para darle una mayor visibilidad a las ideas y propuestas y, como la historia enseña, precaución para observar atentamente el comportamiento de estos poderes, porque no queremos llegar a acuerdos que impliquen pagar costos que no merecemos pagar.

Es la voluntad política la que nos permitirá avanzar por encima de nuestras diferencias. Somos una cacofonía de 32 países, donde cada uno tiene sus propias motivaciones e intereses, pero que como bloque debemos ser capaces de armonizarlos e integrarlos, encontrando el hilo común que nos permita gestionar nuestros asuntos internacionales con una agenda estratégica común y con una sola voz.

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