Estoy muy honrado de recibir el Sigillum Magnum que me otorga la Universidad de Bologna.

Tengo conciencia de estar bajo el techo de la primera universidad fundada en el mundo occidental. Aquí hay una historia que viene del 1088, siempre buscando entender y saber más del derecho en todas sus dimensiones, del sentido de la justicia entre los seres humanos, como también de un afán por dar a las ciencias nuevas fronteras y nuevas convicciones.

Sí. Aquí estudiaron y se preguntaron por el devenir de la historia personas ilustres y esenciales, como Francesco Petrarca, Erasmo de Rotterdam, Nicolás Copernico o Torcuato Tasso. Y en tiempos más recientes, Marconi para revolucionar al mundo impulsando el uso masivo de la radio o Pier Paolo Pasolini, buscando hacer del cine una expresión de las profundidades emocionales del ser humano. Cada cual en su tiempo tratando de entender el presente para atisbar el futuro.

Cuando nació esta Universidad habían quedado atrás los miedos del año mil, pero estaban al frente las enormes preguntas de qué vendría con los siglos siguientes. No había América, casi no había conciencia del extremo oriente y sus culturas. Al llegar el 2000 no faltaron tampoco los anuncios catastróficos, sobretodo de una crisis digital. Cruzamos esa frontera cronológica y la realidad pronto nos dijo que la economía, que las convivencias entre culturas y sociedades, que las dimensiones de la seguridad y la defensa, que la relación entre el poder y los ciudadanos, que la interdependencia creciente ante los desafíos globales, que todo, en suma, nos llama a practicar como nunca la prospectiva y el afán de entender las tendencias que anticipa el mañana.

Y hoy ese es el desafío principal de la política y de los políticos: tratar de ver las tendencias del futuro.

Y, por cierto, no es fácil. A veces la realidad engaña. Vean ustedes este ejemplo de la historia. Primeros días de agosto de 1492, ha vencido el plazo para que los judíos abandonen España. Y allí salen con precipitación las embarcaciones de quienes buscan apresurados otro refugio en el Mediterráneo. Con palabras de hoy, se diría que es la noticia dominante. En medio, navegando hacia otro rumbo, pasan tres carabelas que nadie sabe que hacen allí ni para donde van. Son tres carabelas que tres meses después, con Cristóbal Colón, cambiarán la visión del mundo y el orden internacional vigente.

Pero también tenemos ejemplos cercanos, aquí, a un cuarto de siglo. El seis de agosto de 1991, el físico Tim Berners-Lee publicó un breve resumes del proyecto que había denominado World Wide Web (eso que hoy conocemos como triple W). Lo hizo en la plataforma de noticias donde físicos de diversas universidades desarrolladas, con la coordinación del Centro Europeo de Investigación Nuclear, el CERN, con sede en Suiza, intercambiaban información. Y allí dijo: “El proyecto de la WorldWideWeb (WWW) pretende permitir que todos los enlaces se hagan a cualquier información en cualquier lugar. […] Este proyecto comenzó por permitir a los físicos compartir datos, noticias y documentación. Nosotros estamos muy interesados en extender la Web a otras áreas… Bienvenidos los colaboradores!”. Eso pasó hace sólo 25 años. Allí estaba naciendo la revolución digital para venir a cambiar todo nuestro tiempo. Cambiar también la relación de la política y su comprensión de las transformaciones sociales y las nuevas demandas de hombres y mujeres en el mundo.

Desde la política se ha escuchado con frecuencia afirmar como paradigma: “Nuestro deber es escuchar al pueblo”. Creo que el paradigma que viene desde el Coro es otro: “Político, tu deber es aprender a hablar con nosotros”. Y ahí están las redes digitales cruzando fronteras, ratificando conductas nuevas, gestando interacciones y simultaneidades en la sociedad que ésta no vio nunca antes

Es que las últimas tres décadas nos hablan de un cambio epocal profundo. Y estoy aquí como un político y académico formado en las lógicas del siglo XX, que mira con inquietud mayor –pero también con entusiasmo- el despliegue de transformaciones que nos desafían.

En la Política, en la Economía, en la Sociedad hay una palabra dominante: cambio. Y decirlo suena obvio, pero reclama detenernos en el qué, el cómo y el cuándo de esos cambios.

LA POLÍTICA

Con la caída del Muro de Berlín hubo quienes proclamaron el éxito de una visión unipolar y un modelo dominante de desarrollo. Llegaron a hablar – paradójicamente – del fin de la historia. Pero la última década del siglo XX vio como la globalización, junto con traer aquella idea de un mundo financiero sin reglas, gestaba también el desarrollo acelerado de Internet y el dinamismo inicial de las redes sociales. Era la gente la que empezaba a opinar, concordar ideas, articular acciones. Y cuando menos se esperaba, en Seattle, en 1999, la nueva realidad explotó en la cara. La cita de los organismos financieros internacionales no pudo ocurrir: el escenario lo pasaron a dominar los llamados «anti-globalizadores». Desde el poder se preguntaron: ¿Quién es el responsable? ¿Quién organizó todo esto? No había un quién. Las redes sociales, en sí mismas, emergieron como un sujeto nuevo. Pero el mundo político no pareció darse cuenta de todo el alcance que aquello implicaba.

Sólo dos años después las Torres Gemelas demostrarían que otro ámbito había cambiado: el de la seguridad y la defensa. El país con el mayor poder militar en el mundo sufría un ataque directo en su corazón financiero y político. No había ejército invasor, no había declaración de guerra. No había un Estado contra otro como había registrado siempre la historia. La reacción vino de la matriz clásica: hay que reaccionar con la máxima fuerza militar. Y aquello llevó a concebir la invasión de Irak. Hoy sabemos que no existían los motivos declarados para aquella operación militar de Estados Unidos y sus aliados en esa circunstancia, no había armas químicas. Pero también hoy sabemos, como lo demuestran los años de sufrimiento y crisis en esa región, que para una potencia militar superior puede ser fácil ganar la guerra, pero difícil ganar la paz.

La consecuencia política es que hoy hay un mundo prácticamente desregulado. Existe un proceso de globalización creciente pero, políticamente al menos, no hay ningún intento de gobernanza global. Lo que hoy se observa es el rol preponderante de países continente como es el caso de Estados Unidos y el surgimiento claro de China. Esta con su creciente preponderancia económica, comienza a mostrar su influencia en la política global. Y cuando se mira al horizonte futuro se observa una India emergente como otro país continente que demográficamente al menos superará a China. El resto, para continentes como Europa y América Latina y el Caribe, podrá interactuar con estos países continentes como un bloque con una sola voz.

LA ECONOMÍA

En el escenario económico los cambios no han sido menores. ¿Quién iba a imaginar antes de la crisis del 2008 que un Presidente republicano de Estados Unidos, ligado fuertemente a la matriz conceptual e ideológica del neo-liberalismo, diría: ¿en esta hora tiene que actuar el Estado? Las reglas – o la carencia de ellas – habían generado un escenario de crisis donde el sistema bancario parecía entrar en una cadena de quiebras sucesivas; las deudas los sofocaban. El Presidente Bush, presionado por la debacle, dejó atrás todos sus implícitos en la relación Estado- Mercado- Sociedad; es el Estado el conductor principal, el que ordena, el que debe mandar. O mejor dicho, desde la Política y no desde el Poder Financiero tendrían que venir las soluciones. Pero fue tan grande la crisis, tan amplia su onda expansiva que hasta hoy estamos sufriendo sus efectos.

Además, la crisis del 2008 rompe con el orden internacional que el supuesto triunfo unipolar había colocado en el escenario. No podían los industrializados solos -el G7, o en su versión ampliada, el G8 -, manejar el quiebre económico y financiero y la amenaza de su expansión global. En ese marco, el G20, allí donde a nivel de ministros se relacionaban las economías desarrolladas y las emergentes como India, China o Brasil, pasa a ser foro esencial al más alto nivel. Tras la primera cita en Washington y la llegada de Obama a la Casa Bianca, el G20 surge en abril 2009 con fuerza política en Gran Bretaña, coordinados por Gordon Brown. Se anuncian medidas para activar la economía, el pensamiento keynesiano parece ser el gran inspirador. Pero viene la cumbre posterior en Pittsburg, y ya las diferencias son crecientes: desde Alemania, la Canciller Angela Merkel, dice que lo importante es controlar la inflación, reivindica el ajuste como la herramienta principal y rechaza el activismo económico keynesiano. Y empezó a dominar, especialmente en Europa, el afán de salvar a los bancos más que en proteger a las personas.

Y la consecuencia institucional del punto de vista económico es que además del G20 se revisan las instituciones creadas en Bretton Woods y de paso surge un competidor del Banco Mundial fundado por China y otros países emergentes y que ha recibido el apoyo de buena parte de Europa.

Otra grave consecuencia económica tiene que ver con el nuevo proteccionismo de muchos países hasta ayer partidarios del libre comercio y donde el Brexit es solo un ejemplo de lo dicho. Hay una mirada crítica a los arreglos económicos en curso, no solo de los países emergentes sino por la insatisfacción de buena parte del mundo desarrollado.

LO SOCIAL

Bien sabemos que las citas del G20 dejaron de tener la continuidad y voluntad de acción mostrada en un primer momento. Si, está ahí, pero son otras tensiones las que cruzan sus encuentros. Digamos que hoy es un organismo que busca su destino. Y, sin duda, las acciones reales para una reactivación de la economía, como se señalara en el último encuentro en Hangzhou, son urgentes de impulsar. Pero con un agregado – y esto es lo importante del último encuentro en China -, asumir que ha llegado la hora de «civilizar el capitalismo», como bien ha dicho un analista español del Real Instituto Elcano. Por lo que ha trascendido de los debates recientes, los líderes del G20 han puesto los ojos en lo que era obvio: el creciente rechazo social a la globalización. ¿Y qué es aquello que está detrás de ese rechazo? La convicción que este capitalismo global aparece como el mejor sistema para generar crecimiento e innovación, pero no podrá ganar legitimidad si el Estado no actúa para que los beneficios lleguen a los que hoy deambulan fuera del sistema. Un Estado que impulse políticas para dar oportunidades y alternativas, en suma, que reequilibre la cancha.

Este nuevo rol del Estado es la novedad que surge de esta realidad social que hace que el ciudadano exija ser escuchado. Es el regreso de la política que tiene que primar sobre aquellas decisiones que en el mundo neoliberal estaban reservadas al mercado. Es entonces el ciudadano él que toma la palabra y le exige a sus representantes que regulen el mercado y que no aparezcan como sometidos a sus efectos. Cuando hablan los mercados hablan los consumidores con su muy distinto poder de compra y cada ser humano entonces pesa diferente. Cuando habla el ciudadano todos somos por definición iguales, pues nos expresamos todos a través del voto.

UNA MIRADA DESDE AMÉRICA LATINA

Y es aquí dónde creo pertinente decir como vemos todo este escenario internacional desde América Latina.

Lo primero es subrayar que el fin de la Guerra Fría trajo para nosotros un espacio de autonomía en las relaciones hemisféricas y con el mundo que no habíamos tenido antes. Nos abrimos a un diálogo con todas las regiones, Unos más y otros menos pusimos en marcha nuevas formas de comercio y acuerdos con países cercanos y lejanos. Las relaciones con Estados Unidos entraron en una fase más madura, distinta. Y la reanudación de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba lo subraya.

De alguna forma se ha gestado una «multipertenencia» internacional. Claro, hay países que han firmado el Trans Pacific Partnership, el TPP, como Perú, México y Chile, pero eso no impide tener acuerdos de libre comercio con China o avanzar hacia nuevas relaciones con ASEAN.

Si el Mercosur logra suscribir un Tratado de Libre Comercio con la Unión Europea, estaríamos a las puertas de que, prácticamente todo el continente latinoamericano haya logrado ese nivel de acuerdo con Europa. ¿Qué podría significar eso? Que aquel mínimo común de rebajas arancelarias y nuevas condiciones de intercambio suscrito con Europa por los diversos países nuestros, sería la base para alcanzar el acuerdo de integración latinoamericana que aún espera su momento. ¿Por qué no darnos entre nosotros aquello que estaríamos concediendo a la Unión Europea?

Si ello ocurriera sería un acuerdo de vanguardia en el mundo que está emergiendo. Como he dicho las relaciones internacionales estarán determinadas por países¬-continentes en diálogo con regiones-continentes. América Latina debe asumir que su inserción en el mundo le reclama hablar con una voz. Y esa voz potente devendrá de como entendemos el futuro, de cómo hacemos nuestros los desafíos globales para entregar a ellos una visión propia. Con una agenda común instalada en nuevas productividades, en nuevos usos de nuestros recursos, nuevas interacciones en la energía, en la Vida urbana y en una ciudadanía conviviente con las tecnologías de avanzada podremos hablar como región-continente. Hace pocos días la CEPAL, la Comisión Económica para América Latina, ha entregado el texto 2016 de «Las tendencias Mundiales y el futuro de América Latina». Es un buen aporte en la perspectiva que aquí señalo: el siglo XXI nos reclama pensar como gente del siglo XXI.

Más allá de avatares recientes, importa observar que la Unión Europea como región se abrió a negociar un tratado de libre comercio con Estados Unidos, como también ha expresado su voluntad de hacerlo con China. Si el entendimiento de Mercosur con los europeos se concreta, estaremos culminando un proceso importante para la región y ésta, como un todo, podrá repensar su propia integración teniendo el diálogo Unión Europea-América Latina como referente.

No podría dejar de reconocer aquí las diferencias hoy existentes al interior de América Latina y el Caribe. Como nunca antes, hay distintos proyectos, diversas propuestas de desarrollo y tensiones nuevas en la relación poder y ciudadanía que no estuvieron antes en nuestra agenda. Pero creo que, junto a ello, cabe mirar los signos bajo los cuales se va configurando la identidad de la región para actuar en el siglo XXI.

No obstante estas diferencias en últimos años la creación de la comunidad de los Estados Latinoamericanos y del Caribe ha surgido como el ente político capaz de interactuar con otros poderes, países o regiones en el escenario internacional. CELAC es el organismo que será capaz de encarnar las demandas y sueños para poder participar en una gobernanza global que restablezca el rol de Naciones Unidas, que permita abordar las definiciones que en política internacional hoy están a la orden del día: cambio climático, política de drogas y combate al narcotráfico, seguridad, expansión de las pandemias, migraciones, sea consecuencia de motivaciones económicas o políticas. El CELAC tiene un largo camino por recorrer y tenemos mucho que aprender de lo que Ustedes han hecho en Europa.
En el marco de la tendencia hacia el diálogo global predominante de países-continentes con regiones-continentes miramos el devenir de la Unión Europea. Sabemos de sus dificultades de hoy y por eso – lo digo con convicción profunda – deseamos que esta Europa rescate sus valores, sus raíces, su sentido de la política, de la solidaridad y del desarrollo conjunto. Es necesario para ustedes, pero también para nosotros, los latinoamericanos. Y, por cierto, para el resto del mundo.

Aquí una vez estuvo Jacques Delors, para recibir un reconocimiento como el que hoy me honra. Seguro que él habló de los grandes destinos que esperaban a Europa si actuaba unida y con un sentido profundo de humanidad. No olvidemos su mensaje, hoy más que nunca. También allá en América Latina necesitamos de esas enseñanzas, para actuar con eficiencia en medio de la celeridad de estos tiempos.

Nuestro desafío mayor está en trabajar y asumir todas las oportunidades que nos ofrece la sociedad del conocimiento. Vengo de Chile, donde ya el 60% de los hogares están conectados a Internet, donde hay 24 millones de teléfonos móviles operativos para una población en torno de 16 millones de habitantes. Es decir, hay 132 aparatos activos por cada 100 habitantes. Las cifras son buenas, pero detrás de ellas hay que preguntarse cómo aprovechar lo que hoy tenemos y lo que vendrá cuando el país tenga de lado a lado una red de fibra óptica de alta velocidad.

Y lo más importante, cómo hacemos que cada individuo -hoy instalado desde su dimensión unipersonal en el acceso a la red – se haga parte de una visión colectiva, para crear e innovar en conjunto. Para ir con otros cambiando la sociedad. Hay una democracia digital esperando ideas nuevas y metas distintas.

Las ideas, los conceptos y proyectos que surjan del trabajo de nuestros innovadores no tienen como límite y espectro el tamaño de nuestra economía nacional. En el mundo de la revolución de las comunicaciones, el espacio de desarrollo de las ideas es mucho más amplio: en el caso de algunas ideas, conceptos y proyectos podrían abarcar a la región latinoamericana; en otros, al mundo hispano parlante y, en otros más, incluso al mundo entero.

La ecuación de la relación entre sociedad y la política se resuelve si comprendemos estos nuevos escenarios, donde la distancia cuenta menos y la creatividad cuenta más. Si hacemos de la generación de propiedad intelectual un patrimonio mayor en nuestro desarrollo. Naturalmente hay que reformar la educación con estos recursos digitales para saber crear más bienes y recursos digitales. Naturalmente hay que convertir en derecho universal el acceso y la conectividad. Naturalmente hay que asumir la obsolescencia de ciertas economías, mientras otras emergen demandando nuevos talentos.

Pero es aquí, frente a esta agenda de futuro, donde sentimos que hay una cercanía para pensar juntos entre Europa y América Latina. Permítanme decirles que no son tan distintos los desafíos que ustedes y nosotros tenemos cuando pensamos en cómo dar estructura y organicidad eficiente a las sociedades del mañana, como respondemos a las demandas de ciudadanos que buscan otras vías para entregar sentidos nuevos a la palabra democracia.

Hay una matriz histórica que, de una u otra forma, nos da la oportunidad de pensar juntos. Hay valores y visiones culturales bajo las cuales el diálogo se hace cercano y coherente. Nuestros países allá y acá creemos en la democracia como un proceso permanente para aprender a escuchar la voz de nuestros ciudadanos. Nos identificamos con el estado de derecho. Nos esforzamos por crear sociedades cada vez más inclusivas donde todos los seres humanos, por el hecho solo de serlos, deben ser iguales en dignidad. Es el voto de este ciudadano lo que le da fuerza y sentido a la democracia. Ese ilustre pensador italiano, Norberto Bobbio, señala que en toda sociedad, todos tenemos que ser a lo menos iguales en algo. Es ese conjunto de bienes y servicios a los cuales todos tenemos acceso, el que él denomina el mínimo civilizatorio. Por cierto ese mínimo es un concepto esencialmente dinámico, pues aumenta con la riqueza que aumenta en esa particular sociedad. Cuando se produce un desfase entre ese mínimo y aquel a que creen tener derecho los ciudadanos, el cambio es inevitable. ¿Será esta la raíz profunda del descontento en muchos de nuestros países? Esta es la respuesta que flota en nuestras sociedades. Es esta la respuesta que exige el ciudadano a través de la política y que el neoliberalismo de ayer la respondía a través del consumidor participando activamente en el mercado. Y sabemos que el ser humano es el centro de la política y no el consumidor.

En su intenso itinerario buscando más conocimiento Nicolás Copernico llegó a la Universidad de Bologna, allá por el 1500. Estuvo aquí, para pensar y aprender. Y, quizás también para atreverse a decir lo que iba en contra de todo lo dicho y conocido: no, no era la tierra el centro, era el sol. Y en torno del sol giraba éste y otros planetas.

Hoy, cuando estamos en los comienzos de un cambio de época mayor, debemos afirmar con fuerza copernicana una verdad: no, no es el mercado el centro; es el ser humano. Y desde allí debemos pensar todo el sistema para avanzar hacia una vida mejor y más justa.

* Discurso pronunciado en el recibimiento del reconocimiento Sigillum Magnum de la Universidad de Bologna

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