03Dic
2016
Escrito a las 8:18 pm

castroA partir de este lunes Cuba reiniciará la marcha, ahora con Fidel Castro convertido en símbolo instalado para siempre en su historia. ¿Con claroscuros? Quién no, cuando se ha jugado por sus ideas y su país. En medio del avance social de Cuba, los sueños de la revolución se fueron esfumando en tanto las libertades de los ciudadanos se erosionaban. Pero a la vez, para garantizar la independencia frente a Estados Unidos, se embarcó en la Guerra Fría al lado de Moscú. Y así fue sorteando tiempos y obstáculos. Al morir deja una herencia trascendente: una Cuba autónoma y más segura de su destino.

Se puede decir que su sueño mayor fue lograr una Cuba realmente independiente. Si sólo lo pudo hacer en parte, los que vienen seguirán esa ruta y a veces las palabras de Fidel –dichas en otro contexto– servirán de referencia. Para Cuba, eso de ser independiente no ha sido fácil. Casi todo su siglo XX está marcado por ocupaciones y dependencias. Hasta 1933, tras la guerra en que España perdió sus dominios insulares, Cuba fue una especie de protectorado de Estados Unidos. Los gobiernos siguientes se movieron en vaivenes de inestabilidades, corrupciones y dictaduras y a la Revolución la Guerra Fría le llevó a una dependencia económica de Moscú. Con el fin de la Unión Soviética muchos predijeron el fin de la Revolución y la caída de Fidel, pero resistió. Y Chávez, con los altos precios del petróleo, ayudó mucho también. Fidel parte, pero queda allí el pueblo cubano: alegre, inteligente, con altos niveles de educación y un contingente de profesionales de nivel superior listos para el nuevo despegue del país. A ellos corresponderá enfrentar los desafíos del siglo XXI con la herencia tal vez más significativa que les deja Fidel: la dignidad como país. Hoy Cuba tiene relaciones diplomáticas con el mundo. La impronta de Castro permite a Cuba tener una política exterior independiente y sólida para exigir respeto en planos de igualdad.

Por eso la ida del presidente Obama a La Habana fue noticia mundial, por eso la apertura de las embajadas de Cuba y Estados Unidos en Washington y en la capital cubana fueron hitos en la agenda internacional. Cuba y su pueblo tienen el derecho de mirar al futuro. Eso de que los automóviles de fines de los 50 circulan aún por La Habana gracias al ingenio de los cubanos está bien como curiosidad turística, pero es un mal referente. Lo que ahora viene es avanzar hacia formas de desarrollo eficiente y moderno. No será fácil hacer la transición, pero los políticos más jóvenes –aquellos que son hijos de la Revolución– saben que el desafío es ineludible.

Alguien ha dicho que Cuba puede llegar a ser el Singapur del Caribe. Tiene, como aquella Ciudad-Estado, el poder de una posición geográfica envidiable. A 90 millas de la costa de Estados Unidos, próxima a los grandes puertos de ese país, puede hacer de esa condición estratégica un recurso único. Las condiciones para llevar adelante una agroindustria de primer nivel son excelentes por el suelo y clima. En los ámbitos de ciencia y tecnología hay recursos humanos para responder a quienes decidan instalarse allá. En el desarrollo urbano y en infraestructuras está todo por hacer.

¿Qué requiere eso? Que Cuba haga su tarea principal: transformar su capacidad de gestión y abrirse a hacer las reformas urgentes que todo el sistema heredado de la Revolución necesita. Y de ellas, la principal de todas, confiar en sus ciudadanos. Para caminar hacia la innovación y la creatividad, los hombres y mujeres de Cuba necesitan sentir que tienen espacio para hacerlo.

Es posible que el presidente Raúl Castro y la generación de dirigentes más jóvenes se den cuenta que ello es fundamental. ¿Tendrán que ir paso a paso y cuidándose de los dirigentes ortodoxos que cada tanto usarán el recuerdo de Fidel para sostener sus exigencias contrarias al cambio? Es posible. Pero ellos tendrán que darse cuenta que la Cuba del 2025 o el 2030 será otra. Y merece serlo. En cierta forma, ese desafío de mirar hacia el futuro más que al pasado está cruzando los tiempos políticos de nuestros países. Hay quienes parecen no darse cuenta que un ciclo de bonanzas se acabó y ahora cabe trabajar bajo condiciones más duras, con los pies en la tierra y abriendo oportunidades reales de desarrollo para hombres y mujeres de este continente. Los tiempos vienen turbulentos, nadie sabe qué va a pasar con Donald Trump como presidente en la Casa Blanca. El futuro de la Unión Europea se ve inestable, hay fracturas en la institución mientras la extrema derecha se muestra afanosa de triunfos electorales.

Es en este marco, que el ser político latinoamericano requiere fortalecerse y pensar en grande. La urgencia por avanzar para hablar con una sola voz se incrementa. “De América soy hijo y a ella me debo” dijo una vez Fidel. Eran otros tiempos y lo hizo a su manera. Pero es, precisamente, una frase que cabe rescatar con los significados de hoy, con los alcances del presente: no podemos negarnos a entregar lo máximo en esta hora de América Latina, donde los ciudadanos no quieren más políticas lejanas de sus sueños, sino verdades concretas que les guíen hacia el futuro.

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