04Mar
2018
Escrito a las 11:37 am

VIII-Cumbre-de-las-Americas-Peru-banner1920pxA mediados de abril debe tener lugar en Lima la próxima Cumbre de las Américas. Y tal vez como nunca antes el concepto de “lo común en lo hemisférico” aparece muy desdibujado. Es cierto que a instancias del gobierno del Perú hay un tema convocante: “Gobernabilidad democrática frente a la corrupción”. Pero más allá de ello, pesa fuerte la falta de planteamientos comunes y estrategias compartidas a mediano y largo plazo para dar sentido a este diálogo.

No digo que no sea importante. Siempre lo será porque estamos en el mismo hemisferio. Pero las cosas han cambiado como para que nadie pretenda levantar hoy lo que fue la “doctrina Monroe” (aquella de América para los americanos, léase Estados Unidos entonces). Nuestros países han tejido sus propias redes de intereses por el mundo, pero pesa aquello de no entender que en este siglo XXI los diálogos verdaderos se darán entre países continentes y regiones articuladas en una voz común.

A la cita de Lima, se llega con una región fracturada. Y eso hay que asumirlo. Como también se llega con la contraparte –Estados Unidos– gobernado por quien no entiende que la mayor corrupción de un gobernante es no decir la verdad. Instalado en sus obsesiones, el presidente Donald Trump se niega a ver verdades y persiste en construir muros, en perseguir a los inmigrantes y sus hijos, a no ver que una cosa es Venezuela y otra es América Latina.

¿Qué cabe hacer? Pues lo que corresponde a las Cancillerías. Trabajar por tener una agenda donde los temas reales y profundos, donde la mirada a largo plazo de ciertos consensos esté presente. La historia de estas Cumbres así lo muestra, aunque su eje principal se desplazara desde lo económico a lo político en un cuarto de siglo.

Fue en Miami, diciembre de 1994, cuando el presidente Clinton convocó a esa Cumbre de las Américas con un propósito: establecer el ALCA, un área de libre comercio en este continente instalado entre el Atlántico y el Pacífico. Y se comenzó a trabajar en torno a esta idea, asumiendo que el comercio nos permitiría hablar con una sola voz. En 1998, en Santiago y Viña del Mar, se avanzó en esta dirección y se suponía que en la siguiente cumbre en Quebec, Canadá en 2001, se daría el paso decisivo. Pero no ocurrió. Entre el mundo que cambió tras el atentado a las Torres Gemelas y la falta de consenso regional, aquellas negociaciones (en las cuales estuvimos directamente involucrados) se hicieron cada vez más complejas y difíciles. Así, en la Cumbre de las Américas en Mar del Plata, en noviembre de 2005, el ALCA quedó para los archivos históricos.

Y vino la pregunta: ¿cuál podría ser ahora el tema común? El presidente Chávez le regaló a Obama, recién asumido, la edición en inglés de “Las venas abiertas de América Latina”, en la V Cumbre en Trinidad-Tobago. Luego llegó la cita en Colombia el 2012 y allí hubo un consenso: trabajar en profundidad el tema de la droga, mirando todos sus aspectos, también al principal país consumidor, Estados Unidos. La OEA recibió el encargo de un enfoque para derrotar al tráfico de drogas y hasta hoy es lo mejor en este ámbito. Pero no estaba Cuba, y su incorporación se logró en la Cumbre de las Américas en Panamá, abril 2015. Claramente habíamos pasado a otra atmósfera: la de construir un espacio político para los temas hemisféricos modernos.

Sin embargo, estamos llegando a Lima con enorme debilidad institucional donde ni UNASUR, ni CELAC ni otros mecanismos regionales muestran fuerza y solidez para los nuevos diálogos a que nos convoca el mundo de hoy. No podemos confundir el cumplimiento de los ritos con la vigencia real de nuestras instituciones. Y ello ocurre en momentos de elecciones importantes en la región. Esa sociedad civil de la que se habló con insistencia en Panamá ha tomado rumbos que las élites políticas dominantes no terminan de entender. Hay una fractura real donde expresiones políticas inesperadas comienzan a emerger desde el margen donde estuvieron anidándose. Es también desde ellas, de sus imaginarios políticos latentes, de donde cabe buscar el consenso para el diálogo hemisférico.

¿Puede haber una mirada común sobre cambio climático? ¿Puede haber una mirada compartida sobre el tema de las migraciones o el combate a las drogas? La inmigración sur-sur es cada vez más fuerte entre nuestros países –entre otras razones por el drama de Venezuela– y eso llama a tener perspectivas compartidas y a debatir de igual a igual con el gobierno de Estados Unidos porque sabemos de qué estamos hablando.

Pero, claro. Hay una pregunta flotando: ¿a Lima vendrá el presidente Trump o enviará a su vicepresidente? No es lo mismo la presencia de uno u otro en este caso, pero la clave es saber si desde acá, desde este lado del hemisferio, sabemos cuáles son los temas mayores en la agenda con la primera potencia mundial. El desafío es avanzar en estas pocas semanas en una agenda de futuro. Está difícil, son tiempos de fractura en muchos de nuestros países y ahora también a escala continental. Pero, ¿qué ganará la gente con una reunión donde predominen quiebres y regaños mutuos? Lo importante es que después de Lima el presidente Trump, venga o no venga, sepa que la diversidad no nos impide ver lo que somos y para dónde vamos cuando hablamos con el norte.

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