pazcolombiaPuede que América Latina esté sufriendo el impacto de la recesión económica internacional y, especialmente, en el caso de los países sudamericanos, de la desaceleración de China. Pero al mismo tiempo estamos viviendo momentos políticos llenos de símbolos para el devenir de la región en el siglo XXI.

Ahí está el acuerdo suscrito en La Habana, bajo la mirada de Raúl Castro, que abrió el camino a una posibilidad mucho más cierta de paz en Colombia. Ese momento cuando el presidente Juan Manuel Santos y el líder guerrillero Rodrigo Londoño Echeverri, alias ‘Timochenko’, coincidieron en torno de una misma mesa, se ha convertido en una foto que hará historia.

Ambas partes suscribieron un acuerdo, largamente negociado, sobre una amnistía para delitos políticos, la creación de un tribunal especial para la paz y la entrega de las armas en un plazo de 60 días tras el acuerdo definitivo.

Es cierto que todavía falta concordar muchos elementos para llegar a la paz permanente y no serán pocas las voces que levantarán sus dudas en Colombia por el paso dado. Pero lo que está próximo a quedar atrás es el fin de la guerrilla más larga de la región con más de 220 mil muertos en medio siglo de conflicto. Y si este es un logro para el presidente Santos, también lo es para todos los latinoamericanos.

Es importante que América Latina haya llegado a Nueva York con este avance en el momento de la Cumbre en Naciones Unidas llamada a aprobar las metas del desarrollo sustentable al 2030. Porque una realidad –la paz interna– es la contracara de una misma moneda que en su otro lado define las nuevas metas del desarrollo.

Si el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos ha sido visto como el fin de la Guerra Fría en el hemisferio, este otro paso en La Habana también es símbolo de lo mismo.

Porque el origen de la guerrilla ocurrió allá en medio de la llamada Guerra Fría, donde las dos superpotencias se mostraban los dientes y calculaban asustar al otro con su poder. Pero en otras partes del mundo, como consecuencia de la misma, esa guerra se convertía en caliente cuando las potencias hegemónicas jugaban sus cartas a favor de uno y otro.

Eso es lo que está llegando a su fin. Y junto a los negociadores claves de Colombia representando a las dos partes en conflicto, han concurrido los esfuerzos de Cuba y Noruega como países garantes, unido al marco de apoyo de Chile y Venezuela como acompañantes en todo el proceso.

¿Seguirá el pueblo colombiano al presidente Santos en esta gesta por la paz en que se ha comprometido a fondo? Es lo deseable, pero a la vez el realismo político obliga a reconocer que se han dado los pasos fundamentales. Es casi imposible una vuelta atrás.

Sin embargo, quedan todavía detalles que resolver en los próximos seis meses. Pero, los avances en materia agrícola, la forma como estos acuerdos permiten una inserción adecuada de los hasta ayer guerrilleros en la sociedad civil y en la vida política del país son un buen comienzo.

Respecto de la justicia transicional, se han recogido algunas de las experiencias del proceso en Sudáfrica bajo la conducción de Mandela y también la más reciente en Irlanda del Norte. La justicia transicional es un sistema jurisdiccional temporal, que busca alcanzar el equilibrio entre paz y justicia sin que una impida la realización de la otra.

En efecto, lograda la paz hay también otra mirada: la del efecto económico positivo que ella trae consigo. Como decía hace poco un medio colombiano, si mañana ese país despertara sin un conflicto interno armado, su Producto Bruto Interno (PBI) aumentaría de uno a dos puntos cada año.

También habría más turismo interno, se explorarían más áreas petroleras y las telefónicas podrían extenderse con móviles y banda ancha a lugares donde aún no existe el servicio.

Por cierto, su agroindustria podría llegar a niveles más altos, impulsada por las condiciones de su suelo y por la potencialidad de exportación para un país que tiene tanto puertos en el Pacífico como en el Caribe y de ahí al Atlántico.

Esta negociación ha llegado a su gran momento en una Cuba que, reintegrada a la comunidad latinoamericana en pleno, emerge como un país que avanza y contribuye a este nuevo momento de las relaciones internacionales del continente.

Por primera vez, los mandatarios de Estados Unidos y Cuba han sostenido un encuentro en el marco de la Asamblea General de Naciones Unidas. La reunión de Raúl Castro y Barack Obama ha seguido a su encuentro en Panamá en la Cumbre de las Américas y a las tres conversaciones telefónicas que han tenido en los últimos meses. La última fue, precisamente, antes que el Papa Francisco llegara a Cuba para seguir luego a Estados Unidos. Por cierto, el pontífice argentino y la diplomacia vaticana vienen haciendo lo suyo en pro de esta nueva realidad regional.

Todos estos son hechos políticos de trascendencia que hacen mirar a América Latina desde fuera con otros ojos. Algo está cambiando en la región de una manera positiva.

Cuando se ve el reciente encuentro entre los presidentes Maduro y Santos por las dificultades que han tenido en una zona de la frontera, se reafirma la capacidad regional de buscar salidas propias a los conflictos para superar diferencias.

El diálogo es patrimonio esencial que se va instalando en el devenir latinoamericano, porque somos una región donde la convergencia en la diversidad se impone como forma de construir futuro. Y ello también es válido para elecciones como las que se acercan en varios de nuestros países.

Los tiempos económicos que vienen son duros y, agravados por factores externos, golpearán fuerte nuestras metas de desarrollo.

Los efectos sociales no serán menores. Pero es precisamente por ello que estos avances nos hacen ganar solidez política para una mejor incidencia en el mundo. Es en el escenario global donde se jugarán muchas variables de nuestro futuro.

Columna Clarín

Dejar un comentario

  • Suscríbete a mi Blog
    Por favor, introduce tu email para recibir en tu correo las últimas publicaciones



    la dirección a la que te mandaré todas mis publicaciones.







    Ver política de privacidad