06May
2018
Escrito a las 12:15 pm

coreaPor cierto, cabe saludar como un paso positivo el encuentro de los presidentes Kim Jong-un, de Corea del Norte, y Moon Jae-in, de Corea del Sur, ocurrido en días pasados. Pero junto con ello cabe mirar los trasfondos de ese momento y los datos inquietantes derivados de la estrategia seguida por Corea del Norte antes de sentarse a la mesa del diálogo.

Desde ya, una pregunta es determinante: ¿se habría dado el encuentro si Corea del Norte no hubiera desarrollado su capacidad nuclear y sus misiles de largo alcance?

El encuentro en la Casa de la Paz junto a la línea fronteriza entre las dos Coreas fue el último capítulo de un proceso iniciado en marzo del 2013.

En aquel momento, Kim Jong-un recién asumido como mandatario de Corea del Norte expresó que de allí en adelante regiría la política de Byungfin con sus dos propósitos esenciales: primero, el desarrollo nuclear completo incluyendo misiles de alcance continental de manera de garantizar la autonomía política en las decisiones soberanas de Corea del Norte; segundo, a partir de ese poder, buscar un desarrollo económico acelerado para mejorar el nivel de vida del pueblo coreano.

Kim Jong-un no ha resultado un líder falto de una estrategia clara y dotes diplomáticas. Después de todo, su educación media y su formación en asuntos internacionales las recibió en Suiza. A partir de 2013 remece al mundo demostrando sus avances. 

Con gran sacrificio de su pueblo, carente de alimentos, servicios y apoyos impulsa su desarrollo nuclear y demuestra la capacidad de colocar armas nucleares en misiles de mediano y largo alcance, listos para llegar no sólo a Japón sino mucho más allá: el último misil demostró tener capacidad de atacar a Estados Unidos en su propio suelo.

Pero es allí, precisamente, donde el líder norcoreano considera que ha culminado la etapa primera del Byungfin. Ahora puede decir “me siento a una mesa a negociar en igualdad de condiciones”. Lo proclamó solemnemente en el Año Nuevo sin que nadie se lo pidiera: “Somos una potencia nuclear y exijo el respeto que se me debe. A mi alcance está un botón y puedo atacar el suelo de los Estados Unidos”. “Por tanto (declara en ese momento), la primera etapa está concluida y debe iniciar y ofrecer una negociación diplomática para alcanzar la paz permanente entre el Norte y el Sur”.

En todo su accionar está implícito haber tomado nota de que sin armamento nuclear ocurrió el ataque y la invasión en Irak y luego en Libia, con la caída de Hussein y Gadafi. Ahora, al sentarse a la mesa, levanta el propósito de la paz, aunque nadie sabe qué significa la palabra desnuclearización en este nuevo contexto.

¿Destruir las armas? Parece difícil suponer aquello, a menos que el acuerdo con Estados Unidos, que podría ponerse en marcha tras el próximo diálogo con Trump, llegue a compromisos de mediano y largo plazo que aseguren el salto en el desarrollo de Corea del Norte. Hoy las diferencias son abismantes: el producto de Corea del Norte es alrededor del 1% del producto de Corea del Sur.

Pero también hay complejidades geopolíticas ligadas al origen del conflicto. Cuando termina la Guerra Mundial y Japón cae derrotado, la península de Corea deja de estar bajo el imperio nipón, pero pasa a un nuevo escenario de conflicto.

Hay un Norte apoyado por la Unión Soviética y China y un Sur con respaldo de Estados Unidos. Cabe recordar que cuando se produce la invasión en 1950 por el abuelo de Kim, lo hace para lograr la unidad de Corea. Y desde entonces, la unificación de la península de Corea ha sido el elemento central de los tres Kim: del fundador del estado, Kim II-sung, de su sucesor Kim Jong-il y, ahora, de Kim Jong-un.

La constitución de Corea del Norte establece claramente que la reunificación del país es la “suprema tarea nacional”. En ese contexto, ¿cuál es la lógica bajo la cual los mandatarios de las dos Coreas se encuentran y proclaman sus deseos de paz? Todo indica que Kim Jong-un aspira a ser respetado como país, con un tratado de paz al cual concurran como garantes Estados Unidos y China y, a partir de aquello, avanzar hacia un mejor desarrollo económico para su pueblo.

Por cierto, Japón mira con inquietud lo que pasa y de allí también la importancia de la cita de estos días entre los primeros ministros de China, Japón y el presidente de Corea del Sur. Los tres mirando hacia lo que ocurra tras el encuentro de Trump y Kim Jong-un en los días que vienen.

A fines de mayo tendremos un panorama distinto, de una u otra forma, al que observamos hoy. Y con repercusiones profundas. No es menor que esa política iniciada en marzo de 2013: para poder generar avances económicos es necesario tener una plena autonomía política y, en este caso, ha sido clave poseer armamento nuclear. Es esa misma filosofía la que está detrás del otro gran tema internacional: la política de Irán en materia nuclear. El acuerdo de los Seis alcanzado con Obama está por venirse abajo porque ahora Estados Unidos no lo acepta.

Desde acá, de esta América Latina, que desde el Tratado de Tlatelolco de 1969 declaró la proscripción de las armas nucleares, no podemos dejar de mirar con inquietud las razones por las cuales ahora se acepta el diálogo con Corea del Norte. Es bueno un diálogo por la paz, pero preocupa que éste se haya fundado en el miedo a las poderosas armas que un estado pequeño ha logrado tener. No somos ingenuos, es la realidad de los juegos de poder. Pero el precedente no es bueno para el futuro.

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