La iniciativa de Gordon Brown invitando a un número de personalidades y líderes del mundo a enfrentar la crisis desatada por el coronavirus es digna de subrayarse.

En 2009, hace poco más de 10 años, él mismo lideró, como Primer Ministro del Reino Unido, la segunda reunión del Grupo de los 20, que se realizó en Londres, en plena crisis económica mundial. Al igual que el actual, ese fue un momento difícil, donde se buscó una recuperación sostenible y universal, sin dejar a ningún país afuera. Para esto, el G20 acordó incrementar el capital del Fondo Monetario Internacional de 250 mil millones de dólares a 750 mil millones. ¿Cómo se sumaron estos 500 mil millones de dólares? 250 mil millones correspondieron a un aumento en el porcentaje de aportes que cada país realizaba a la institución, y los otros 250 mil millones respondieron a derechos especiales de giro. Esta medida, más la reducción de la tasa de interés y la inyección de 100 mil millones al Banco Mundial y a los bancos regionales —como el Banco Interamericano de Desarrollo para América Latina y el Caribe—, lograron regular las finanzas mundiales, algo que el mercado había sido incapaz de hacer.

Once años después estamos ante una crisis de envergadura y profundidad semejantes, con la diferencia de que esta afecta a la economía real y eleva los índices de cesantía de manera inmediata, como resultado de las políticas de cuarentena y aislamiento. Los 6.300.000 estadounidenses que están postulando al seguro de desempleo, luego de las primeras semanas de confinamiento en Estados Unidos, lo dicen todo.

Gordon Brown plantea un desafío e interpela a quienes hemos estado o están actualmente en cargos políticos a actuar con rapidez. Porque todos los sistemas de salud, incluso los más avanzados y mejor financiados, están siendo exigidos más allá de sus capacidades. Así, la propuesta implica inyectar 8.000 millones de dólares para enfrentar la pandemia: 1.000 millones para cubrir las necesidades urgentes de la Organización Mundial de la Salud, 3.000 millones para la elaboración de vacunas, 2.250 millones para tratamientos terapéuticos, y el remanente para la compra de materiales terapéuticos.

Lo novedoso de esta propuesta de inyección de capital es que plantea que sea una sola institución supranacional la que se haga cargo de estas acciones. La Organización Mundial de la Salud sería la responsable de coordinar la producción, distribución y adquisición de suministros médicos, con el fin de cubrir la demanda mundial y regular los precios. Que la capacidad de compra y organización de los insumos e instrumentos terapéuticos esté en una sola mano asegura que todos los países, incluidos los más pobres, accedan a ellos. Es un punto importante si observamos la actual guerra por la compra de mascarillas.

La propuesta también implica tomar medidas para enfrentar la crisis económica. Se busca dar acceso a los acuerdos de canje de divisas a un grupo más amplio de bancos centrales y regionales, para aumentar los recursos disponibles. Esto quiere decir que, para pagar los saldos de las balanzas comerciales, los países no lo hagan directamente en dólares, sino que se habilite el swap (permuta financiera) como modo de pago, y se reserve la liquidez para enfrentar la pandemia. Así, el FMI debería utilizar esas reservas de divisas y poner a disposición toda su capacidad de préstamo (que es un trillón de dólares). A su vez, cada uno de los bancos centrales debería bajar las tasas de interés y otorgar créditos para estimular la inversión y el crecimiento en sus respectivas regiones.

Este conjunto de medidas es central para avanzar en una salida de la crisis. Afortunadamente Arabia Saudita, país que preside el grupo, convocó al G20 y organizó, de manera inédita, una reunión por teleconferencia. En el siguiente encuentro se debería resolver el documento planteado por Gordon Brown y establecer las formas de ejecución de las medidas, así como la proporción en que cada integrante del grupo sumará fondos. Simultáneamente, el Banco Mundial, el FMI y los bancos regionales deben hacer lo propio e instaurar, antes de septiembre, mecanismos para implementar las acciones propuestas.

El tiempo es corto. Es de esperar que las instituciones internacionales estén a la altura para responder al nivel que esta pandemia lo exige. Porque esta crisis no se acaba venciendo a la enfermedad en un solo país, sino que garantizando el fin del flagelo en todo el mundo.

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