31May
2020
Escrito a las 1:17 am

No se sabe con certeza cuándo terminará la crisis del nuevo virus que asola al mundo entero. Mientras tanto, las tensiones entre Estados Unidos y China se acrecientan y los temores sobre las dimensiones de la crisis económica son cada vez mayores. Ya no se trata de la crisis económica del 2008, sino, según los expertos, de algo mucho mayor, tal vez en la dimensión de la Gran Depresión de 1929.

Ante ese escenario, los analistas se preguntan cómo los países de la América Latina tendrán que actuar en medio de esta pugna de hegemonías. ¿Será inevitable tomar posiciones cual nueva Guerra Fría? ¿Será posible eludir las presiones para optar por uno u otro ante tareas futuras? Más aún: hay quienes piensan que el rumbo que tomemos dependerá de cómo ese G2 resuelva convivir con sus contradicciones.

Si eso se da así, hay otra pregunta previa y principal: ¿Qué vamos a hacer “nosotros”, aquí en América Latina, para tener un proyecto propio de inserción en el mundo que viene, con todas sus nuevas complejidades? No podemos vivir a la espera. No podemos hacer política de corto plazo y responder a la pandemia -además cada uno por su lado- sin asumir que esta ha puesto en evidencia todas las carencias pendientes y los desafíos por resolver.

El Informe de Coyuntura Laboral presentado por la Cepal y la OIT hace una semana nos dice mucho en este sentido. Según su texto, se estima que la actividad económica de la región sufrirá una contracción del 5,3% en 2020. Pero la contracción podría ser mayor a la proyectada si, como todo indica, la pandemia se prolonga. Por cierto, la fuerte caída del PIB tendrá efectos negativos en las fuentes de trabajo y, según el mismo informe, la tasa de desempleo llegará al 11,5% o más. Eso, dicho en términos humanos, señala que se sumarán 12 millones más a los desempleados que ya había en la región, castigando especialmente a los jóvenes, que ya son casi el 50% de los cesantes en nuestros países.

La pandemia también ha puesto en evidencia la relación directa entre pobreza y salud. Donde hay mayor precariedad, donde los pobres no tienen qué comer si no salen a la calle, la contaminación ha sido crítica. Dice este informe: la pandemia elevará la pobreza a un 34,7% de la población latinoamericana -un total de 214,7 millones de personas- y la pobreza extrema al 13% -83,4 millones de personas-. A la vez, prevé un aumento de la desigualdad en todos los países de la región.

El virus se expande dejando en su camino a ganadores y perdedores, tanto al interior de los países, como entre las naciones. En este dramático escenario, todos los países del mundo se han enfrentado a un dilema brutal: salvar vidas o proteger la economía. La mayoría de las naciones han optado por confinar a sus ciudadanos en sus casas, cerrar las fronteras y paralizar los medios de producción, generando el desplome económico. Esta estrategia se resume en la frase de un presidente latinoamericano, tras instaurar la cuarentena obligatoria: “De la economía se vuelve, de las muertes no se vuelve más”. Pero la medida tiene sus efectos; España, país que optó por esa fórmula, luego de tres meses de cuarentena obligatoria se encuentra con un ingreso per cápita equivalente al que tenía el año 2000.

Cuando decimos es hora de mirar el “nosotros” lo hacemos sabiendo el peso de esos dos gigantes mundiales. No es un tema menor para América Latina que China, en la última plenaria de la Asamblea Nacional Popular, haya decidido, por primera vez, no fijar un índice de crecimiento. Sabemos que la baja del PIB en China tiene un efecto determinante en América Latina. También impacta lo que sucede en Estados Unidos, con esos 40 millones de personas solicitando un seguro de desempleo y un PIB del primer trimestre de 2020 que cayó un 1,2% respecto del cuarto trimestre de 2019 y con un descenso proyectado para el segundo trimestre de 2020 -que termina este 30 de junio- superior al 5%.

Junto con reconocer el peso de esa realidad externa, cargada de incertidumbres, debemos hacernos la pregunta de cuál es la América Latina que queremos. Y es allí, a partir de múltiples debates recientes por vía virtual, donde surge una estrategia ineludible: a) revaloración del papel del Estado, haciéndolo eficiente y conectándolo a las aspiraciones reales de la sociedad; b) rescate de la política, actualizando las instituciones de la democracia y fortaleciendo su conexión con la gente; c) integración realista -por sectores y grupos de interés- en la región o entre subregiones, a partir de los cambios tecnológicos y productivos emergentes; d) avance en las metas del desarrollo sustentable, siempre considerando las definiciones adoptadas frente al cambio climático y en la contención de los gases de efecto invernadero; e) generación de una capacidad negociadora regional colectiva, para incrementar los márgenes de endeudamiento y disponer de recursos nuevos en las instituciones de Bretton Wood y los bancos regionales BID y CAF, en especial como respaldo de un sólido plan de infraestructuras; f) impulso de un tratado internacional en el marco de la OMS ante el riesgo de nuevas pandemias que, con el respaldo de destacados científicos, instaure una evaluación anual del estado de la situación y sus proyecciones, de la misma forma que se hace con el clima y las conferencias COP; g) desarrollo coordinado de innovaciones y avances con nuevos recursos digitales en las áreas educación, trabajo y salud.

Podríamos seguir enumerando, por cierto. Porque si bien será difícil salir de esta crisis, lo será más aún si no nos ponemos de acuerdo para evitar que sus dramáticas consecuencias sean aún más profundas. Ese “nosotros” es clave si queremos pensar en el mundo que viene, hoy en plena reconstrucción.

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