El 2024 tendrá lugar la Cumbre del Futuro. Así lo acordó la Asamblea General de Naciones Unidas a pocos días de iniciarse los debates de este año. Y, de nuevo –como ocurrió con la Cumbre de la Tierra de 1992– es posible que ese evento marque un antes y un después en la marcha del mundo. Porque no es un tema menor tratar de entender cómo vendrá el futuro y que ocurrirá con la humanidad en las próximas décadas.

¿Qué consecuencias traerá el cambio climático? ¿Cómo alimentaremos a más de 9.850 millones de habitantes al 2050? ¿Cuántos cambios en la vida, la educación y el trabajo traerá la Inteligencia Artificial y la comunicación digital? ¿De dónde y cómo obtendremos agua para las demandas futuras? ¿Qué cambios generarán las energías renovables en la geopolítica global? Las preguntas son muchas y las respuestas están aún a medio camino o esperando germinar. Encontrarlas es tarea de todos los países, también del nuestro.

En ese marco, cabe entender el discurso con el cual Antonio Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas, inauguró esta semana la 77ª sesión de la Asamblea General de ese organismo internacional. En sus palabras, en tono dramático, recorrió los temas más contingentes de nuestro presente y reiteró su compromiso por cumplir los objetivos de desarrollo sostenible y del milenio, estimulando un pacto hacia el futuro.

Alertando sobre un presente muy complejo, Guterres señaló una especial preocupación por las profundas desigualdades que afectan a la humanidad, el aumento del costo de vida y los estragos que esto significa, más la crisis de confianzas hacia instituciones que parecen estar paralizadas. En este durísimo contexto, que no disfrazó bajo ninguna metáfora, convocó a todos los estados a unirse y proyectar una Cumbre del Futuro de aquí a septiembre del 2024. ¿Cuáles serían los temas de esa cita internacional? Aquí, el desafío es articular tres áreas que hoy presentan complejidades y tensiones propias, incluso con tendencias contrapuestas cuando se quiere lograr grandes consensos y cooperación entre todos.

La primera hace referencia al cambio epocal que significa el paso de la era de la Revolución industrial, que marcó el devenir de nuestra historia en los últimos 250 años, a la Revolución Digital. De pronto, a una velocidad galopante, las nuevas tecnologías de la información y la inteligencia artificial atravesaron nuestro quehacer y vida cotidiana. La incorporación de estos nuevos lenguajes ha generado un flujo de información prácticamente infinito sobre los aspectos más privados e íntimos de los seres humanos. A partir de la información que entregamos al navegar en la red, escrutar Instagram o conversar con el celular cerca, miles de datos personales sobre qué pensamos de política, dónde estamos ubicados, qué zapatos queremos comprar o qué libro estamos leyendo, pasan a transformarse en una big data, manejada y controlada por grandes empresas comerciales, políticas o financieras. En este contexto, si pensamos en una Cumbre del Futuro, el desafío estará en cómo las instituciones gubernamentales resguardan los datos que entrega la ciudadanía, protegen el acceso a ellos y, a la vez, los transforman en un recurso determinante para políticas públicas eficientes.

El segundo tema que pone en relieve el Secretario General remite a otra Cumbre, aquella de Río de Janeiro 1992. Allí, por primera vez, se señaló que estaba en juego la supervivencia del ser humano en la Tierra. Fue un esfuerzo masivo por reconciliar el impacto de las actividades socio-económicas humanas con el medio ambiente. Pero nuestra capacidad destructiva del ecosistema ha sido tan profunda –y, lamentablemente, en muchos casos irremediable– que sólo tenemos una alternativa: declarar un estado de desastre climático y tomar medidas urgentes para descarbonizar los efectos de los gases invernaderos. Hoy estamos atrasados en los compromisos que hemos adquirido y ya no nos queda tiempo. Por esto, para una Cumbre del Futuro, el cambio climático deberá ser la prioridad de todos los gobiernos y organizaciones.

Por último, Guterres identificó los movimientos tectónicos que está evidenciando la geografía del poder en el mundo y la rapidez en que se han sucedido los cambios políticos. Ahí está la tensión entre Estados Unidos y China; el repliegue de Rusia en Ucrania y la tensión interna al llamar a los reservistas; India, a su vez, calcula sus equidistancias y surge como un actor decisivo en la agenda multilateral. ¿Podrá establecerse una alianza futura entre China e India? Muchas son las tendencias bajo las cuales se anuncia que la región del Asia Pacífico definirá el futuro del siglo XXI. En este sentido, el Acuerdo Integral y Progresista de Asociación Transpacífico –más conocido como TPP 11– cobra una importancia extraordinaria y se transforma en un acuerdo central en el nuevo orden mundial.

Todo ello hace de la Cumbre del Futuro un desafío mayor. Guterres propone, acertadamente, ubicar al ser humano en el centro de todos los debates y decisiones hacia el futuro. Y allí, América Latina podría aportar mucho desde sus propias búsquedas. No tenemos todas las respuestas ni mucho menos, pero bajo ese enfoque, la región puede mostrar experiencias concretas de hacia dónde camina. Aquí no es tiempo de guerras ni de amenazas y sanciones ligadas a ellas. Es tiempo de impulsar un desarrollo desde el cual avanzar hacia una mayor dignidad de vida y más igualdad social. Desde ahí podemos dar y recibir mucho de la Cumbre del Futuro. Prepararnos para ella puede ser una oportunidad de rearticulación regional en la hoy desmembrada América Latina.

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