Ellos, los estrategas del llamado Estado Islámico, pensaron que su ataque simultáneo, delirante y terrorista sofocaría la Conferencia del Cambio Climático convocada en París.  Es cierto que algunos líderes dudaban antes del 13 de noviembre, si sería imprescindible su presencia.

Pero el devenir de la historia hizo cambiar las cosas. Y ahora todos miramos hacia la capital francesa esperando que esta cita, inédita en su participación, logre un consenso para iniciar seriamente la tarea de salvar el planeta, o más preciso, las condiciones climáticas del planeta para que sea viable la vida de los seres humanos.

Pero si este gran desafío, inédito en la historia de la humanidad, convoca esta cita multilateral, también lo cruza el espíritu de demostrar que el miedo no puede interrumpir la búsqueda de acuerdos para enfrentar dicho desafío. Por una parte, está la urgencia de un compromiso común para que podamos seguir habitando en este planeta. Por otra, enfrentar colectivamente el fanatismo religioso que nos ha hecho retroceder a siglos atrás, cuando los pueblos se enfrentaban militarmente por sus credos. Son dos bienes públicos globales, ambos necesarios y urgentes, los que han visto entrecruzados sus caminos hacia el futuro.

Como podría decir un pensador chino, por una parte se trata de convivir armónicamente entre ser humano y naturaleza y, además de convivir armónicamente con reglas y principios de tolerancia religiosa comunes en el resguardo de la paz.

Por ello, es tan valiosa la decisión temprana del presidente Francois Hollande de hacer de la Conferencia sobre Cambio Climático un evento trascendente, porque todos sabemos que el tiempo se agota en materia del clima, pero también su voluntad de salir a enfrentar con energía al Estado Islámico y sus acciones de terrorismo.

El presidente Hollande se puso al frente en una rápida diplomacia a nivel mundial para buscar apoyos de cómo enfrentar el terrorismo y lo que es más importante, cómo ayudar a destrabar el intrincado puzzle en que se ha convertido el Medio Oriente en llamas.

La comunidad internacional se enfrenta a un Estado que no es un Estado, a miles de seres humanos que no son ciudadanos de ese Estado sino ciegos seguidores religiosos dispuestos a todo; a un ejército que no es ejército regular sino una masa multiétnica instruida para sembrar el terror. Es un peligro distinto a todos los que marcaron los conflictos del pasado, por lo menos de los últimos tres siglos.  Y frente a ello, el que la Conferencia sobre Cambio Climático logre un acuerdo se convierte en respuesta que va más allá de la conferencia misma.

El presidente Hollande ha puesto allí todo su empeño político. Y, además, porque los tiempos han cambiado: ahí está el anuncio de Obama y Xi Jinping en noviembre 2014 sobre los compromisos de los dos mayores responsables de la contaminación y calentamiento del planeta.

Como también está la Encíclica del Papa Francisco y los llamados que, desde el corazón de África, ha hecho para el éxito de la Conferencia.

Nadie quiere un fracaso como el de Copenhague 2009. Tampoco la fórmula de Kioto donde unos quedaban obligados a actuar por razones históricas (países desarrollados) y otros estaban libres de cumplir sus promesas (por ser subdesarrollados). Por eso ahora se optó porque cada país declare lo que puede hacer y lo cumpla.

Sin embargo, el resultado es aún insuficiente porque, en la práctica, se está a la mitad de las reducciones de gases de efecto invernadero que debiera hacerse cuando se suman las declaraciones de cada uno de los países y bajo el supuesto de que tales compromisos serán cumplidos.

Por eso, en los días venideros serán muy importantes los acuerdos sobre el control mutuo de los compromisos y las modalidades de evaluación que se adopten. Aumentar la reducción de emisiones en una cifra similar a la de París tendrá que ser el compromiso de futuros acuerdos. Por cierto, los representantes gubernamentales saben que más allá de los muros de la conferencia están los expertos y los movimientos sociales ligados al desarrollo ecológico sano, quienes tendrán un ojo atento a los resultados, a sus proyecciones y al control ciudadano que buscarán ejercer de manera creciente en este ámbito.

Tanto unos como otros reconocen que aún no estamos en condiciones de garantizar que los 9 mil millones de seres humanos en el 2050 no emitirán, en promedio, más de dos toneladas de carbono por ser humano. Esas son las emisiones que nos permitirían estar a cubierto para que el planeta Tierra siga siendo el espacio vivible por toda la humanidad.

Y, al mismo tiempo, hay que identificar distintas intensidades en las tareas a ejecutar. Ahí está el ejemplo de la deforestación y su impacto en el cambio climático: en el total mundial, a la deforestación corresponde el 18% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Pero cuando lo vemos desde América Latina, aquí la deforestación es responsable del 50% de dichas emisiones que afectan el cambio climático y ello nos llama a acciones urgentes en este ámbito específico.

Son tiempos de liderazgo claro, porque no hay espacio para las ambivalencias. Es lo que ha predominado en estos días en París y ello también debe reflejarse en la agenda de cambio climático: ésta debe ser clara respecto de las tareas por delante.

Los países más atrasados no están obligados a reeditar lo que hicieron ayer los hoy desarrollados, porque la tecnología mejora la eficiencia energética y baja costos con innovación y creatividad. Resolvamos cómo hacemos para transferir dicha tecnología. Resolvamos cómo hacemos para que los países más avanzados puedan también hacer aportes financieros para que, a partir de ello, todos puedan mitigar y reducir sus emisiones.

¿Y hay allí una respuesta al terrorismo? Sí, la hay. Porque cuando se avanza de manera amplia y conjunta en un tema ligado al devenir de toda la humanidad, la experiencia indica que ese es el camino para enfrentar a los otros peligros que amenazan la vida en el planeta.

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