04Abr
2016
Escrito a las 12:29 pm

El visitante fue el mismo, pero las conversaciones fueron diferentes. Allá en La Habana predominó el eje de la relación bilateral: somos distintos, pero debemos construir un futuro común. En Buenos Aires las coincidencias fueron muchas y por eso la pregunta dominante fue otra: ¿cómo construimos un buen futuro para esta región?

Por cierto, ante esos dos tipos de diálogos cabe preguntarse qué fue lo común en ellos. La respuesta está en los derechos humanos, entendida como una política donde el “nunca más” también es válido para ese Estados Unidos que en el pasado – especialmente en el Caribe – creyó legítimo intervenir, invadir o derrocar gobiernos, mientras en los países del sur sustentaba a las dictaduras.Al regresar a Washington el mandatario norteamericano sabe que tras su visita emerge una nueva etapa en las relaciones de Washington con América Latina. Una realidad que, cualquiera sea quien ocupe la Casa Blanca el año próximo, ya no podrá retrotraerla igual a como fue antes.

En Cuba le cupo reconocer el fracaso de una política de aislamiento a la isla y la necesidad de poner sobre la mesa una discusión franca sobre el respeto a los derechos humanos. Allí Obama habló con claridad en presencia del presidente Raúl Castro. Este también planteó su visión sobre el tema y reconocieron, por cierto, las diferencias: pero a ambos quedó claro el inicio de una era distinta a la de ayer.

Obama sabe que ahora no habrá fin del embargo, pero su visita es inicio de otra etapa entre ambos países. Y en Cuba también saben que democracia y derechos humanos serán temas vivos en los debates sobre el futuro político de la isla. Pero sus palabras también sirvieron para ir diluyendo el fuerte antagonismo entre unos y otros. Los de dentro de la isla y los de fuera. Los partidarios de los Estados Unidos y de los detractores del mismo. Esto hace que ahora nadie, ni siquiera los del exilio en Miami, piensen que el viaje de Obama fue una pérdida de tiempo. Y los de dentro de la isla perciben que la forma como abordó los temas también hace más fácil el reencuentro dentro de la isla.

En Argentina, junto con tener una gran recepción, Obama indicó la voluntad de desclasificar la información que tiene Estados Unidos de lo acaecido 40 años atrás con el Golpe de Estado de 1976. Ese fue el inicio de una etapa oscura, de violaciones masivas y por ello el edificio de la ESMA quedó como un símbolo de lo que había sido el infierno para muchos. La visita de ambos mandatarios al Parque de la Memoria y la frase en español con que allí concluyó su discurso el presidente Obama, “nunca más, nunca más”, recordó el título del Informe Sábato cuando Argentina se atrevió a buscar su dolorosa verdad.

Y para hablar del futuro hablaron del rol de Argentina en el G20 y la preocupación de ambos por los eventos en Brasil, allí donde va el 40% de la industria manufacturera argentina. Veamos qué es lo nuevo tras todo este itinerario. Primero, que el último hito de la Guerra Fría ha desaparecido. Era un anacronismo, con una Cuba sin diálogo con Estados Unidos. Pero, simultáneamente, ha aparecido también una receptividad por parte de Estados Unidos a reconocer el drama de Argentina y haber callado en su momento.

Sí, existió el presidente Jimmy Carter y éste enfatizó su preocupación por los derechos humanos. Pero no hubo entonces ni circunstancias ni condiciones para coincidir en que los derechos humanos son la credencial democrática indispensable para participar en el conjunto de naciones. Y ese es el pensamiento predominante en la América Latina de hoy.

Y cuando –como ha ocurrido en Argentina- la democracia se ejerce y se produce la alternancia en el poder es la institucionalidad completa del país la que gana en proyección internacional. Es el reconocimiento implícito en una secuencia que culmina con Obama, pero antes están las visitas a la Argentina del presidente Francois Hollande, de Francia, del Primer Ministro Matteo Renzi, de Italia y la Encargada de Relaciones Internacionales de la Unión Europea, Federica Mogherini.

Y a ello se agrega en estos días la reunión del presidente Mauricio Macri con el mandatario de China, Xi Jinping: una cita también acordada para aclarar vínculos y definir nuevas etapas.

Es por todo ello que Argentina vuelve a jugar un rol importante en la región. Y tiene ahora por delante la tarea de concertar con Brasil y México un discurso donde se refleje la mirada de América Latina ante los temas económicos y políticos que se debaten en el G20, del cual ellos son miembros plenos. América Latina enfrenta un tiempo nuevo. Y la delegación que acompañó a Obama lo registró para sus diseños futuros.

Lo que ocurrió en las recientes elecciones legislativas de diciembre en Venezuela o el referéndum que buscaba modificar la constitución para tener el presidente Evo Morales por un nuevo período encierran resultados esclarecedores: la ciudadanía quiere más democracia y no menos. Quiere más interacción con los gobernantes y no menos. Quiere ser escuchada y no sólo votar cuando llaman a elecciones. Y, junto con ello, la región entra en una fase donde le cabe construir diálogos múltiples y diversos con todos los actores del sistema global emergente.

El Caribe es otro tras la visita del mandatario norteamericano y también hay otra atmósfera política en la América del Sur. Por eso importa tanto lo de Brasil. Esperemos que se fortalezca su sistema democrático, que las instituciones funcionen y el Estado de Derecho haga lo suyo. No queremos magistrados involucrados en política, pero los políticos tienen que dar las respuestas políticas a una crisis y no escudarse en la actuación de los jueces para hacer lo que les corresponde. Si ello ocurre significa el fracaso de la política.

Columna Clarín

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