Cuando el presidente Barack Obama escriba sus memorias seguramente dedicará varias páginas a este julio 2015. No es poco lo hecho en treinta días que han cambiado las dimensiones y referencias de su legado.

Comenzó el mes con el anuncio de la reapertura de la embajada de Estados Unidos en La Habana, concordante con igual decisión de Cuba de reabrir su sede en Washington. Y con ello, por fin, se terminaba en este continente la Guerra Fría.

Luego a mitad de mes pudo celebrar el histórico acuerdo nuclear con Irán alcanzado después de dos años de negociaciones, en las que Estados Unidos tuvo un rol clave y afirmó que el pacto “corta todas las vías para un arma nuclear”. Pero, además, ese fue un excelente ejercicio de negociación multilateral, ya que el llamado acuerdo 5+1 se logró entre Irán, por un lado, y Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña, Francia y Alemania, por el otro. Poco después los 15 miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas respaldaron con voto unánime dicho acuerdo, procediendo a levantar las sanciones que pesaron hasta ahora contra la nación iraní. En ambos casos no desaparecen las complejidades, pero se abren caminos a un entendimiento por vías distintas a la prioridad de la fuerza.

Y este julio 2015 concluye con esa significativa gira a África. Por primera vez un mandatario de Estados Unidos habla en la sede de la Unión Africana, pero también por primera vez –todo un símbolo– un presidente norteamericano llega a un país africano para decir que allí están la mitad de sus raíces. Y en medio de ello, llamando a actuar con energía frente al denominado Estado Islámico, logra tras meses de negociaciones un acuerdo entre Washington y el gobierno de Turquía, para poder usar las bases norteamericanas allí existentes en las estrategias de ataques contra el extremismo islámico de ISIS.

Pero si Obama tendrá que sopesar el sentido de este mes en sus memorias, también a nosotros en América Latina nos llama a interpretarlo, pero con la urgencia de la inmediatez. Y eso nos obliga a estar conceptualmente preparados (…).

(…) Con esa perspectiva toma todo su sentido la puesta en marcha del Consejo de Relaciones Internacionales de América Latina y el Caribe, RIAL, entidad donde ex presidentes y ex cancilleres, diplomáticos y autoridades internacionales, dirigentes políticos y del ámbito social se unen a académicos destacados del continente para dilucidar el presente y futuro de la inserción de esta América Latina y el Caribe en el escenario hemisférico y global (…).

Un analista como Richard Haas ha dicho y hablado de un mundo nuevo donde, si bien Estados Unidos sigue manteniendo la primacía económica y militar, ha perdido peso internacional por tres factores. Hay un orden más difuso donde surgen actores nuevos en el mundo de diversa naturaleza, y el respeto por el modelo político y económico de Estados Unidos ha disminuido. Además, las decisiones políticas de ese país, en especial en el Medio Oriente, ponen dudas acerca del juicio y confiabilidad respecto de las amenazas y promesas de Washington.

Ahora asoma un nuevo escenario de su política exterior. La pregunta es: ¿dónde estudiamos las características de esta nueva evolución por parte de Estados Unidos? ¿Cómo nos preparamos como región para hacer frente a dichos retos y cómo, al mismo tiempo, nos anticipamos a hacer estudios similares sobre lo que ocurre en China y las aproximaciones de ese país hacia nuestra región como un actor determinante? (…)

Lo hemos dicho en estas columnas más de una vez, el mundo del futuro va a ser el mundo de las regiones, serán grandes bloques de países los que van a incidir. Y América Latina debe prepararse para aquello.

Es fundamental una interacción entre el quehacer político internacional y el pensamiento que lo sustente. Allí nuestras universidades tienen también mucho que decir.

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