Cuando China solicitó formalmente, el 16 de septiembre pasado, incorporarse al Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico (TPP-11), provocó un sismo analítico mayor, tanto en el campo económico internacional, como en el geopolítico. Aunque de inmediato se dijo que ello no sería fácil –ahí están las declaraciones del nuevo Primer Ministro de Japón– las evaluaciones sobre esa posibilidad no se hicieron esperar. Porque, más allá de futuros debates, si ello se concreta, el TPP11 pasaría a ser el mayor acuerdo comercial del mundo, representando el 29% del producto mundial, y alcanzando el 28% del comercio del planeta y al 25% de su población. Para un país como el nuestro, el escenario creado por China llama a una atención prioritaria.

Este acuerdo fue suscrito en Santiago, en enero de 2018, con la participación de los ministros de Australia, Canadá, Japón, México, Nueva Zelandia, Singapur, Vietnam y Perú. También Malasia, Brunei y Chile, países que aún no lo ratifican. En aquella firma del TPP11 hubo un gran ausente: Estados Unidos. Aunque la versión anterior del acuerdo fue impulsada con mucha energía por el gobierno del presidente Obama, al llegar Donald Trump a la Casa Blanca decidió retirarse del pacto. Obama fue categórico en sus propósitos: EE.UU. no puede “separar” –dijo– sus intereses económicos de aquellos relacionados con la seguridad. Y añadió: “si el TPP no sale adelante, será China la que establecerá las reglas del comercio en la región de Asia-Pacífico”. Trump prefirió confrontar a China en una guerra comercial directa.

En ese marco, es lógico que la solicitud de China haya sido analizada tanto desde su potencialidad económica como de sus derivaciones políticas. Después de todo, coincidencia o no, esa petición formal ocurrió al día siguiente del anuncio de Estados Unidos, Reino Unido y Australia de constituir un pacto de seguridad con derivaciones nucleares, conocido por el acrónimo AUKUS. En la ceremonia de este pacto no se mencionó al país asiático, pero –como dijo la BBC– el acuerdo se interpretó “como un intento de contrarrestar los avances de China”.

A estas alturas, ¿qué nos dice todo esto? Primero, lo ya evidente, el futuro del devenir mundial se jugará aquí, frente a nosotros, en el Océano Pacífico. Segundo, que para la mayoría de los países firmantes del TPP11, existe el desafío de avanzar equilibrándose entre una potencia y otra. En realidad, aún sin China y Estados Unidos, el TPP11 es un escenario donde se jugará el futuro mundial. Y si, por encima de lo que hoy parece imposible, China logra ingresar y retorna Estados Unidos, con mayor razón es muy importante estar adentro, sobre todo si se quiere una estrategia de desarrollo innovadora para su país.

Con la solicitud de China se genera además una oportunidad para abrir un debate significativo sobre propiedad intelectual y cómo instaurar un tratamiento no discriminatorio entre los países. O sobre los derechos laborales, reiterando que cabe fijarlos según lo establecido por la Organización Internacional del Trabajo. Se necesitará, por ejemplo, tener cláusulas de arbitraje para discutir algunos temas y definir el lugar que ocuparán los monopolios estatales.

En consecuencia, es muy distinto estar dentro del TPP y discutir con China, que estar fuera y ser un observador intrascendente. Se dice que es cuestión de tiempo para que Joe Biden deshaga lo realizado por su antecesor y reincorpore a Estados Unidos al tratado, transformándolo en el espacio donde se negociarán los acuerdos comerciales del mundo. Si Chile ratifica su incorporación, será parte del principal foro donde se definirán estos grandes acuerdos del siglo XXI.

La historia tiene ejemplos de malos resultados producto de percepciones erradas sobre el futuro. Luego de la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos emergió como una potencia económica y política, y los países ganadores canalizaron las gestiones post –guerra en beneficio exclusivo de sus intereses. Ello profundizó la crisis y ocasionó, veinte años después, la Segunda Guerra Mundial. Pero en 1945, tras el fin del conflicto, se entendió que la paz requería que la geopolítica internacional se reorganizara incluyendo a ganadores y a perdedores. Ahí nació la Organización de las Naciones Unidas, con la misión de asegurar la paz y orientar la recuperación económica de todos los países involucrados en la guerra, incluso los vencidos, como Japón, Italia y Alemania.

De los 51 países fundadores de la ONU, 20 eran latinoamericanos. Chile jugó un papel importante en sumar la preocupación económico social a la agenda por la seguridad y la paz. Algo de eso hay en este desafío del siglo XXI con el TPP11. Cambio climático, comercio electrónico, interacción digital creciente, rescate de las aguas, propiedad intelectual, uso y defensa de los datos, electromovilidad, energías renovables, fin de la pobreza, nueva educación. La agenda del globo nos reclama estar en lo multilateral, donde se definirán mundos nuevos. No son temas ajenos a nosotros. Es más, en algunos de ellos, la opinión de nuestras nuevas generaciones será clave.

Columna publicada en La Tercera

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