07May
2017
Escrito a las 10:35 pm

elecciones-franciaMañana será el primer día de una nueva etapa en la historia de Francia. Y eso no sólo porque estará claro quién llegará a gobernar el país –Emmanuel Macron, lo más seguro- sino porque la campaña ha dejado en el camino a los partidos políticos dominantes heridos de gravedad.

Siempre, la vida política francesa ha proyectado sobre el resto del mundo experiencias de las cuales extraer lecciones. Los resultados de la primera vuelta en esta elección mostraron cómo estaban allí vivas las consecuencias políticas y sociales de la globalización, con una economía marcada por el crecimiento acelerado de los sectores financieros a expensas de la economía real, aquella ligada a la manufactura y la agroindustria. En Francia ha castigado a los cordones industriales con la relocalización de buena parte de sus fábricas en otros países con salarios más bajos, con lo cual aquellos que veían en la manufactura su fuente de trabajo se ven desamparados.

El debate entre Macron y Le Pen en una fábrica de 200 trabajadores en Amiens después del 23 de abril que estaba por trasladarse a Polonia por tener costos más bajos, ilustra el dilema de un país abierto o cerrado al mundo. Son esos sectores que ayer representaban al sindicato organizado, base de los partidos de izquierda, quienes hoy no ven futuro. Y es aquí donde el «America First» de Trump tiene también una connotación para quienes dicen «Francia Primero».

La crisis política la viven el Partido Socialista, histórico en la izquierda, y el partido de derecha, hoy llamado de los Republicanos. Ambas fuerzas, los socialistas hoy con Hollande en el gobierno y los republicanos, aquellos de Chirac y Sarkozy, se han disputado el poder en todo el período de la Quinta República desde 1958. Fueron incluso capaces de crear la “cohabitación”, bajo Mitterand, con el mandatario de una tendencia y el primer ministro de la otra. Lo nuevo, es que por primera vez ninguno de estos dos partidos logró pasar a la segunda vuelta presidencial. Ahora sólo han sido parte de aquellos obligados a agruparse para enfrentar el extremismo nacionalista de Marine Le Pen, y votar por Emmanuel Macron.

¿Y quién es este político del ascenso fulminante? ¿Cuál es el eje central de su pensamiento? Nadie tiene las respuestas definitivas, un amigo de época universitaria dice: “es alguien que se apoya en la cultura, la literatura, para entrar en lo real, y actuar allí de manera pragmática”. A las puertas del triunfo, la Unión Europea ha terminado alineada con él. Pero lo que Macron no podrá hacer es gobernar a Francia con la inspiración de un “uf, nos salvamos”. Porque lo que viene es un debate crecientemente intenso al interior de las sociedades desarrolladas. Los actores sociales de ayer están dejando de ser los actores sociales de mañana. Y, más importante, cuánta solidaridad impondrá el Estado para que la democracia satisfaga a todos, en especial a los afectados por la globalización.

Y no es poco ver cómo la extrema derecha y la ultra izquierda coincidieron en diversas críticas al actual sistema: Le Pen cuestionado duramente a la Unión Europea y al euro; Jean-Luc Mélenchon , prometiendo proteccionismo y asegurando que dejaría esa Unión Europea ajena a los ciudadanos. Sus argumentos, por cierto, encontraron terreno abonado por la crisis europea, los desempleos juveniles, la migración masiva. Allí está la urgencia de nuevas políticas públicas.

Lo que viene es un proceso de adaptación y cambio largo y complejo. Están ahí esas clases medias viendo como sus hijos tendrán un destino peor al que tuvieron sus padres; ayer se suponía que el mundo de sus hijos y nietos sería mejor. Ahora es a la inversa. Y eso es lo que ha ocurrido tanto en Estados Unidos como en los países avanzados de Europa. Este es el dilema real. ¿Cómo se va a vivir en un mundo crecientemente más global? ¿Y cómo las sociedades van a poder enfrentar estos esas transformaciones ineludibles, conduciéndolas a formas nuevas de evaluación para definir si se vive en un mundo mejor?

Los socialistas de Europa saben que les ha llegado un tiempo de reflexión profunda, las respuestas del siglo XX ligadas a la búsqueda de la justicia social y una democracia plural y promotora de la cohesión social ya no bastan. Junto con ellas hay que entender cómo se configura el consciente político del ciudadano actual, donde lo global y lo local se articulan para definir sus nuevas demandas y sueños. Y, por cierto, desafía también las concepciones de una derecha encerrada en sus obsolescencias políticas y sus privilegios.

Estamos entrando a un mundo nuevo y, como tantas veces en la historia, Francia vuelve a ser el referente para que otros podamos sacar allí nuestras propias lecciones. En América Latina ocurren hechos similares. Sectores emergentes, una clase media que dejó atrás la pobreza, ahora exige más y siente que el proceso globalizador no está tratando a todos por igual en el reparto de sus beneficios. Vienen elecciones en varios de nuestros países. Y allí estarán las preguntas del presente: ¿Qué políticas económicas para volver a crecer, contaminando menos y con más igualdad? ¿Cuáles serán los mecanismos para hacer real la participación ciudadana? ¿Cómo abordaremos el impacto de las nuevas tecnologías en la educación, el trabajo y mejor calidad de vida? ¿Qué harán para que los beneficios de la globalización lleguen a todos y no sólo a unos pocos?

Una vez más, la elección francesa, es una campanada de alerta de los nuevos desafíos para los demócratas del mundo.

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