15Ene
2016
Escrito a las 10:52 pm

Estamos en un momento histórico. Los jóvenes que nacieron en democracia, protestan en las calles sin miedo y la ciudadanía se manifiesta abiertamente ante los casos de abusos de poder que se han revelado en el último tiempo. Esto sólo puede suceder porque hemos construido un largo camino, en el que nuestra generación fue la encargada de derrotar una dictadura y la generación actual comienza con el Chile que construimos.

Hoy, Chile no está en crisis; la economía funciona y hay un movimiento social que demanda. Lo que sí está en crisis es la política y sus instituciones. Los niveles de aprobación y desaprobación en las encuestas muestran la distancia de la gente con sus dirigentes y si observamos los resultados desde el año 2000 en adelante, vemos lo dramática baja de curva en aprobación. De ahí que surgen las primeras preguntas: ¿estamos conformes con los debates en nuestros partidos políticos, que, a su vez, la ciudadanía tiene bajo estigma?, ¿cuáles son las demandas que el país está pidiendo?, ¿hemos sido capaces de constatar la profundidad de la crisis?

En este contexto, comparto la molestia de los integrantes de la Comisión Engel, creada para enfrentar los conflictos de interés, tráfico de influencias y corrupción, ante la negativa del Congreso de aprobar las principales medidas que propuso la Comisión como fortalecer el consejo directivo del Servicio Electoral (Servel) o la reinscripción total de los militantes en el padrón electoral de los partidos, como requisito para acceder a financiamiento público. Con este tipo de resistencias no se avanza en la reconstrucción de las confianzas.

El mundo de hoy no tiene nada que ver con el de hace 20 o 30 años atrás. Estamos mucho más integrados a través de las tecnologías del conocimiento e internet, la que ha modificado nuestra forma de relacionarnos y le entrega herramientas a una ciudadanía que exige ser considerada en las decisiones políticas. Es en este escenario, en el que el país requiere hacer un alto y repensar cómo lo hacemos para consensuar las prioridades.

Los gobiernos tienen fecha de término, pero los partidos y las coaliciones, no. Por lo tanto, hay que establecer una mirada de largo plazo, y consensuar, al menos en ciertas áreas centrales. No se trata de prometer el mejor de los mundos, sino más bien priorizar las reformas que Chile necesita día a día y buscar acuerdos para transformar la educación, discutir una nueva Constitución o fortalecer una democracia representativa a través de instituciones políticas que escuchen la voz del pueblo.

Sin embargo, para conseguir que estos cambios se concreten necesitamos realizarlos progresivamente. Por ejemplo, así se hizo con la reforma procesal penal, que comenzó con el Presidente Eduardo Frei y a mí me tocó continuarla. La iniciamos en las regiones IV y IX, para llegar a la región de Valparaíso el 2003, y a la Metropolitana el 2005. Lo mismo sucedió en salud con el Plan Auge que hace diez años comenzó cubriendo 40 patologías y hoy abarca 80. La política, al igual que la vida, tiene procesos y las medidas no se pueden hacer de una sola vez. El mundo se hace gradualmente y el ser humano no crece de la noche a la mañana.

Hay que enfrentar las necesidades de los sectores medios emergentes que sienten que se pusieron de pie gracias a ellos mismos y que dejaron atrás la pobreza. En esta nueva etapa tienen otras demandas, y para responderlas se necesitan recursos. Por eso, por ejemplo, llevar a cabo la reforma tributaria primero era fundamental para financiar la reforma en educación.

Asimismo, el proceso constituyente, que hace 20 años atrás era prácticamente una utopía, hoy es un logro y una oportunidad importante para discutir civilizadamente y con responsabilidad, nuestras diferencias.

Si bien nos queda un camino hacia delante, no hay ninguna razón para que no nos pongamos de pie y formemos un programa común proyectado a largo plazo, definiendo el camino de gobierno, de los partidos políticos y las instituciones democráticas.

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