Nunca en la historia de la humanidad ha habido tantos países que digan ejercer la democracia, sistema político que hemos conquistado luego de siglos y que hoy enfrenta nuevos desafíos para profundizar su alcance y adaptarse a las nuevas realidades sociales que emergen de un mundo hiperconectado.

Nos encontramos en un cambio de época que está atravesado por una disociación entre la ciudadanía y las instituciones políticas. Estas últimas no han logrado atender las demandas de sus sociedades con la rapidez necesaria para adaptarse a las nuevas condiciones generadas por una democracia cada vez más extensiva.

Entendemos que la democracia es el instrumento político que limita el uso del poder de quienes han sido investidos para ejercerlo en favor de los ciudadanos, y que el sistema electoral es su expresión social más concreta. Por esto, perfeccionar su proceso para escuchar la voz ciudadana es clave a la hora de profundizar el sistema democrático y restablecer las confianzas.

Si seguimos lo que plantea el filósofo italiano Norberto Bobbio cuando dice que “en toda sociedad todos tenemos que ser a lo menos iguales en algo”, el voto es la herramienta con la que se define ese “mínimo civilizatorio”. El sistema democrático permite de esta manera que los ciudadanos deliberen y decidan cuáles son los bienes públicos que se deben garantizar a toda la población, en qué magnitud se deben entregar y cuáles son las definiciones estratégicas respecto al tipo de sociedad que desean construir.

De acuerdo a lo que plantea el informe Profundizando la democracia. Una estrategia para mejorar una integridad electoral en el mundo (2012), para perfeccionar el sistema electoral deben darse al menos cinco condiciones fundamentales:

En primer lugar, se debe contar con un Estado de derecho legítimo, avalado por un sistema electoral creíble. El antiguo debate sobre los niveles de participación ciudadana, y la discusión respecto de si el sufragio es un derecho o un deber, o si la inscripción debe ser automática, voluntaria u obligatoria, son centrales a la hora de configurar un sistema electoral potente. De acuerdo con las experiencias existentes, el voto voluntario elitiza al electorado, profundiza la separación entre ellos y el poder político y, con el correr del tiempo, da paso a una democracia menos inclusiva. La instauración del voto 100% voluntario, entonces, tiene evidentemente consecuencias dañinas para la calidad de nuestras democracias

En segundo lugar, los organismos electorales deben ser adecuados y transparentes, conformados por profesionales competentes y autónomos. Su perfeccionamiento es un gran desafío, pues allí se juega la legitimidad del resultado de una elección y la credibilidad de quién entregará los cómputos finales.

En tercer lugar, deben existir instituciones y normas con separación de poderes que garanticen que quien gane, no gane todo. Es decir, que al elegir un presidente, se elija también a un Congreso que lo vigile y le exija balances y contra balances, asegurando así un equilibrio entre gobernabilidad y representatividad.

En cuarto lugar, es necesario eliminar las barreras que impiden la igualdad entre los ciudadanos, con medidas como la ley de cuotas que asegura la representatividad de género en un gobierno o parlamento, o el registro electoral diferenciado según origen étnico.

Por último, se debe regular el financiamiento, exigir rendición de cuentas e independencia económica de los grupos de poder, así como contar con medios de comunicación que presenten, con objetividad, las distintas opciones.

El debate sobre la democracia representativa versus la participativa está abierto y debe ser tratado con cuidado, sin caer en la demagogia o en la fiebre del referéndum. La democracia tiene que ser participativa, de eso no hay duda, pero lo importante es cómo escuchamos las demandas de las sociedades y las incorporamos a la forma de gobernar. Porque la legitimidad del sistema electoral está ahí, en la capacidad de los elegidos para dar respuesta a las demandas de quienes votaron por ellos.

A días de que los chilenos concurramos a una importante cita electoral, somos nosotros, quienes votamos, los que decidiremos en las urnas en qué democracia y en qué sociedad queremos vivir. Se trata también de una nueva oportunidad para que las instituciones y clase política escuchen a los ciudadanos, respondan a sus necesidades y se adapten a ellas a través de un sólido e integral sistema electoral.

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