Desde la década de los ’80 he participado en el debate constitucional. Primero como opositor a una Constitución que consideraba ilegítima, y que, sin embargo, fue utilizada para derrocar a la dictadura con las herramientas constitucionales que ella mismo diseñó. Es decir, la democracia que se inicia en los noventas se sienta sobre esa Constitución y los presidentes y parlamentarios hemos juramos sobre ella hasta el día de hoy.
Desde que volvió la democracia se han realizado una serie de reformas que removieron los enclaves autoritarios que hacían imposible la expresión democrática de la ciudadanía. Estas reformas concluyeron en 2005, salvo por el sistema binominal que, afortunadamente, terminó el año pasado.
Una vez superados estos enclaves autoritarios, la ciudadanía comenzó a percibir que puede pensar en una Constitución sin los vetos que han durado 25 años.
Para concretar un proceso constituyente es importante entender que la Constitución es el procedimiento democrático por el cual una sociedad resuelve civilizadamente sus diferencias. En este contexto hay que convocar a la mayor cantidad de sectores posibles, quienes a su vez, tienen la responsabilidad de lograr un amplio consenso, más allá de las coaliciones partidarias y del debate político diario. Es decir, en la creación de la nueva Constitución debe intervenir todo Chile y se debe hacer pensando en todo el país.
Ahora bien, una Constitución basada en los consensos que no es lo mismo que una Carta Magna de la mayoría. La nueva Constitución tiene que lograr ese fino equilibrio que permite el juego entre mayorías y minorías, sin ser una camisa de fuerza para ningún sector y a la vez flexible; capaz de adaptarse a los contextos y necesidades existentes.
Otro de los desafíos del proceso está en dirigirlo y gestionarlo de una manera neutral, explicándole al ciudadano que cada medida que proponga generará consecuencias políticas. Por ejemplo, si quiere un referéndum revocatorio a la mitad del período, lo más probable es que esa autoridad dejará las cuestiones difíciles para su segundo período, como a veces ocurre en Estados Unidos, cuando a veces lo difícil, hay que afrontarlo de inmediato.
Todos tenemos espacios para expresar nuestras dudas e inquietudes sobre los mecanismos y los contenidos. Sin embargo, una vez planteadas, avancemos sobre la suposición de que la autoridad que dirige el proceso es lo suficientemente seria como para no instrumentalizar el debate a favor de una mirada u otra. Si esto se instala en la discusión, se estaría autoderrotando la búsqueda de un proceso constituyente.
Las posibilidades de participar en el debate son múltiples y con el acceso a las nuevas tecnologías cada uno, desde su tribuna, podemos proponer. En el caso del proyecto #tuconstitucion, por ejemplo, privilegiamos el qué queremos cambiar por sobre el cómo, porque creemos que es más fácil discutir el cómo si ya conocemos el qué.
El que todos participemos del proceso constitucional significa que la mayoría de los chilenos queremos aportar activamente para que el país sea mejor. Así construiremos una visión a futuro colectiva y de mutuo acuerdo, haciendo de la nueva Constitución, nuestro punto de encuentro.
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