La próxima cumbre de los treinta y tres países de América Latina y el Caribe, agrupados en la CELAC, debiera tener lugar en enero próximo en República Dominicana, probablemente pocos días después que asuma la nueva presidenta o presidente de Estados Unidos. Da la impresión de que no podrían esperar tanto para reunirse de emergencia, por lo menos la troika ampliada o todos los cancilleres, para debatir el momento político internacional y sus consecuencias para la región. Hay muchas preguntas en el aire.
Las elecciones en Estados Unidos plantean un panorama político distinto al que se habría supuesto seis u ocho meses atrás.
El que un candidato como Donald Trump termine siendo el candidato oficial republicano da para pensar. Es el partido de Lincoln, de Teodoro Roosevelt; conservador, sí, pero con un ideario democrático y con historia. Aquí lo que hay de una parte es un proteccionismo trasnochado para un mundo global y, simultáneamente, una política aislacionista. Detrás de las frases de Trump se ve el regreso de un nacionalismo que muchos ven como lo vivido entre las dos guerras mundiales con el surgimiento del fascismo y el nazismo. Es un lenguaje similar.
Aquellos movimientos se inspiraron en cierta supremacía de unos sobre otros y en la exclusión de pueblos enteros. Y hoy, frente a la migración — conducta del ser humano desde que ha poblado la tierra — hay un candidato a la presidencia de Estados Unidos que propone hacer un muro para que no entren los del sur y otro muro para impedir que los musulmanes lleguen a América. ¡Qué paradoja! El país que por antonomasia se formó en una mezcla de migrantes hoy quiere ser el adalid del rechazo al que viene de lejos. Esa fue tierra de promisión y hoy buena parte de su ciudadanía parece creer en la respuesta fácil de un demagogo.
¿Es eso posible en un mundo que queremos más civilizado? ¿Ese aislacionismo cómo se conjuga con el rol de Estados Unidos en el G20, en el grupo de las naciones más industrializadas, en el rol internacional que esa potencia está jugando? Trump ha emergido como un sembrador de desprecios. Y aún si pierde la elección, el daño que está infringiendo a la política de Estados Unidos es enorme. Si el juez a cargo de un caso que lo involucra es de origen hispano, le quita valor a su ejercicio de justicia sólo por ser tal. Y si hay indocumentados, pues a deportarlos a todos, aunque sean once millones. La magnitud de las afirmaciones de Trump y sus consecuencias es gravísima.
Pero, abramos los ojos. Esto que estamos viendo en Estados Unidos ocurre también al otro lado del Atlántico. Allí Europa, la misma que con Estados Unidos fuera clave para crear la Declaración Universal de los Derechos Humanos de Naciones Unidas en 1948, se debate en contradicciones y rupturas.
Por un lado el error británico del Brexit, tan impregnado de miedos a los migrantes. Por otro, gobiernos como los de Hungría y Polonia rechazando los sentidos de solidaridad y cooperación propios de la Unión Europea y su misión. Alemania recibe a muchos, pero aquello conmociona políticamente al país. Y lo ocurrido en Holanda, al ser rechazado el acuerdo de la Unión Europea con Ucrania, trajo más euforia triunfante a los “eurofóbicos”.
El líder xenófobo holandés, Geert Wilders, celebró en abril “el principio del fin de la UE”. La ultra francesa Marine Le Pen se mostró eufórica: “Bravo. Un paso más hacia la Europa de las naciones”. Fueron golpes previos a la crisis generada con el referéndum en el Reino Unido y la decisión de la ruptura con la Unión Europea. Y en Bruselas se enredan en discusiones lingüísticas sobre si la crisis es de “migración” o de “refugiados”.
Mientras, por allí deambulan millones provenientes de los conflictos del Medio Oriente que, en su origen, tienen mucho que ver con las intervenciones que las potencias europeas hicieron allí en los siglos previos.
¿En qué medida estamos en presencia de una situación que se extiende como reguero en donde las naciones más ricas de la tierra se olvidan de los principios democráticos, so pretexto de prohibir el ingreso de otros para poder mantener amuralladas sus fronteras? Estamos en presencia de un contrasentido. Nos creemos mucho más civilizados gracias a los adelantos tecnológicos, pero podemos ser mucho más atrasados si esas sociedades avanzadas, para mantener su estándar de vida, desean volver al aislamiento total.
Sabemos, por la experiencia del siglo XX, cómo esta marea nacionalista puede terminar muy mal. No sólo en un enfrentamiento de un norte rico y un sur que quiere surgir, sino más profundo, entre seres humanos que no son capaces de entenderse civilizadamente en las necesidades de unos y otros.
¿Pueden permanecer impasible América Latina y el Caribe frente a este cuadro? Tenemos méritos para decir lo nuestro cuando estamos cerrando un ciclo de treinta años entre Esquipulas 1, que fue el origen de la paz en Centro América, y el acuerdo a punto de firmarse para la paz en Colombia. Por ello podemos también tener una palabra conjunta frente a este drama que se está produciendo en los países del norte. No se trata de dar lecciones a nadie. Se trata sólo de recordar con preocupación la historia de estos mesianismos y populismos que han hecho tanto daño a la humanidad.
¿Cómo hacer claridad? ¿Cómo hacer respetar los derechos históricos ya logrados? Son preguntas que esperan nuevas respuestas.
Este es un momento para que la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe diga lo suyo. Es una hora propicia para un manifiesto político donde seamos claros frente a los excesos del candidato republicano y su mesianismo, como también frente al devenir europeo, cada vez más resquebrajado en sus cimientos esenciales.
Hacerlo también nos haría bien a nosotros.
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