12Oct
2016
Escrito a las 12:34 am

El ser humano ha vivido más tiempo de su existencia como nómade que como sedentario. Comunidades y pueblos recolectores se trasladaron desde un lugar a otro en búsqueda de alimento y refugio durante siglos, y el asentamiento comenzó recién cuando el hombre descubrió la agricultura. La migración, entonces, es un derecho ancestral.

En el caso de América Latina la trashumancia es un elemento fundante. Hace 30 mil años atrás llegaron las primeras olas migratorias por el estrecho de Bering; siglos después vinieron hombres y mujeres de España, luego de África y de resto del mundo para así, junto a los pueblos originarios, configurar este continente mestizo, en el que la diversidad es nuestra principal riqueza.

Hoy la región vive un proceso de integración que estimula el desplazamiento interno de parte importante de su población y, en el caso específico de Chile, estos últimos años de crecimiento económico y estabilidad política, lo convirtieron en un país atractivo para la migración internacional. Así, los extranjeros pasaron de ser 0,8% de la población a fines de la dictadura a 2,7% hoy, cifra que representa a casi 480 mil personas, de las que el 70% proviene de América del Sur y. de ese porcentaje, más del 10% de los países vecinos. Sin embargo, este fuerte aumento en la población inmigrante que ha configurado un nuevo Chile en lenguas, color y cultura, está muy lejos del 3,1% de la inmigración mundial o el 10% de los países de la OCDE.

Estamos ante un punto de inflexión en el que debemos ampliar la mirada y entender al migrante como un polo de desarrollo económico además de sujeto de política social. La migración aporta nuevos recursos que impulsan el crecimiento del país, sobre todo en uno como Chile que tiene una tasa de natalidad a 1.9 hijos por mujer, transformando a los inmigrantes en un importante capital humano y de renovación de la fuerza laboral.

Para que Chile se convierta en un país receptivo y abierto a la inmigración se debe crear un marco legal que renueve el actual Decreto Ley 1.094 promulgado en 1975 que rige para asuntos migratorios. Esta ley basa su principios en impedir el ingreso de personas al país, restringiendo su flujo en nuestras fronteras.

Asimismo debemos generar facilidades para que jóvenes extranjeros vengan a estudiar a Chile, sobre todo a aquellas carreras que tienen poca matrícula nacional, pero que significan un capital humano fundamental para ciertas áreas productivas del país. Para que esto suceda se deberían definir programas universitarios comunes en América Latina que generen una red educativa integrada y que desarrollen proyectos que responda a las necesidades de la región y permitan que el nivel de educación no sea un problema al momento de trasladarse de un país a otro.

Bajo esta misma línea debemos simplificar la convalidación de títulos universitarios, trámite que actualmente es muy burocrático e impide la inserción de profesionales en el mundo laboral. Al facilitar este proceso se podrán integrar más especialistas a sectores en los que hoy hacen mucha falta como, por ejemplo, salud.

Las personas que migran son altamente resilientes y activas. Toman riesgos, dejan a sus familias, sus casas y trabajo, además de recorrer caminos peligrosos para empezar una vida nueva desde cero, en un país al que no es fácil integrarse. Por esto, en vez de hacerles el camino más difícil de lo que ya es, debemos avanzar hacia una política integral sustentada en el principio que la migración es un derecho humano.

Esta transformación implica la necesidad de aprender a mirar al otro, de impulsar una educación que nos permita relacionarnos mejor, entendiendo la diversidad como una oportunidad y no como una amenaza. Sólo así tendremos sociedades más abiertas a las diferencias, más acogedoras e inclusivas, en una época en la que, progresivamente, estamos volviendo a ser nómades.

*  Esta columna es la primera de una serie de propuestas que complementan las ideas del libro En vez del pesimismo. Una mirada estratégica de Chile al 2040. En base a un diagnóstico de la actualidad y una reflexión sobre las causas de la indignación de Chile, estos textos plantean una mirada sobre el futuro que nos permitan, de aquí al 2040, alcanzar un Chile más próspero, justo, sustentable e igualitario.

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