El día de la elección norteamericana está encima y el martes sabremos quién gana. Pero ya tenemos un resultado apabullante: Donald Trump envenenó esta campaña electoral como nunca ocurrió en la historia de Estados Unidos.
No es poco constatar que la propuesta salpicada por afirmaciones falsas, por la segregación injuriosa y el seudopatriotismo ignorante ha captado a casi la mitad de los ciudadanos norteamericanos convocados a las urnas.
“La turbulencia de los demagogos derriba los gobiernos democráticos” señaló Aristóteles. Son palabras que ahora resuenan contemporáneas y traen temores para algunos ante el resultado final de la elección próxima. O más aún, de los días que vendrán después si las cifras dan como triunfadora a Hillary Clinton. Trump también ha envenenado los días post elección. En el último debate el moderador, un periodista conservador, lo interrogó incrédulo: “Uno de los orgullos de este país es la transición pacífica del traspaso de poderes donde el perdedor reconoce al ganador (…). ¿Está usted diciendo que no quiere comprometerse con este principio?” Y Trump anticipó la estrategia: “Lo diré en su momento. Mantengo el suspenso”. Un día después fue categórico: “¡Aceptaré el resultado de la elección presidencial … si gano!” Detrás de todo esto hay una carencia de conducta cívica impresionante. No deja de asombrarnos cuando miramos estos hechos desde América Latina.
Nuestra democracia, con todos sus vaivenes, se ha consolidado en el respeto predominante a las decisiones ciudadanas. Y si aquello no ocurre, las multitudes salen a la calle en nombre de sus derechos, como se ha registrado en Venezuela. Aceptar el veredicto de las urnas y la mayoría del voto popular es un modo de ser instalado en nuestra realidad política latinoamericana. A veces se gana, a veces se pierde. Todo aquel que coloca sus sueños y aspiraciones frente al análisis y la decisión de los votantes sabe que el respeto al resultado es una regla esencial del devenir democrático.
Pero hay una pregunta de fondo: ¿cómo y por qué Trump logró impacto con su discurso? Para muchos, ha sabido interpretar la ira de hombres y mujeres blancos empobrecidos, esos trabajadores que la globalización dejó por el camino cuando las empresas buscaron otros países donde producir a menor costo o debieron cerrar por incapacidad de competir. Es esa enorme masa que ha visto cómo la globalización trajo ganancias para el mundo financiero mientras los trabajadores perdían la movilidad social que conducía al “sueño americano”. Pero, desde el otro lado del espectro político, el planteamiento de Bernie Sanders –con mayor seriedad, por cierto– ha sido el mismo: denunciar la globalización por sembrar la desigualdad profunda. Esta sería, según un artículo reciente de Barack Obama, una de las cuatro tareas que deberá abordar su sucesor a la Casa Blanca. Un panorama que Hillary Clinton no podría ignorar.
La diferencia con Sanders es que Trump siguió adelante sembrando dudas que pueden convertirse en bomba de tiempo en los días siguientes a la elección: de acuerdo con un sondeo elaborado por The Associated Press-NORC Center for Public Affairs Research, la mitad de los que tienen una opinión favorable de Trump dice confiar poco o nada en la integridad del proceso de conteo. Por supuesto, esta es una afirmación sin precedentes que remece la visión de los norteamericanos sobre sus 240 años de procesos políticos, donde el traspaso del poder ha sido casi siempre pacífico y con sentido de país. Y, como ejemplo, se cita la carta que George H. W. Bush le envió a Bill Clinton tras su triunfo en las elecciones de 2000: “Serás nuestro presidente cuando leas esta nota. Te deseo lo mejor. Se lo deseo a tu familia también. Tu éxito es ahora el éxito de nuestro país. Apuesto fuertemente por ti. Buena suerte”.
De esta elección no sólo el Partido Republicano saldrá contuso y tendrá que revisar su propuesta a la ciudadanía estadounidense. También lo será el sistema político de Estados Unidos que, necesariamente, tendrá que revisar su estructura y modo de entender la “governability”.
Hay demasiadas fracturas en un sistema donde el Presidente – como ha ocurrido a Obama -, se encuentre maniatado por el Congreso para llevar adelante sus propuestas fundamentales. Si gana Hillary Clinton, no será poco lo que veremos: un afroamericano –el primero en llegar a la Casa Blanca– entregando el poder a una mujer, la primera en lograr la Presidencia de esa nación. Pero, además de ese hecho lleno de simbolismo, será necesario que todo el sistema reaccione para encontrar el antídoto al veneno que trajo Trump.
Para nosotros, desde el sur, es esencial seguir el proceso de cerca. Como dice Jesús Velasco, autor de un libro clave sobre el devenir republicano en Estados Unidos, ahora de visita por Santiago y Buenos Aires, “cerrar los ojos ante la convulsionada vida política de Estados Unidos sería un error; comprenderla es, para América Latina, una necesidad e, incluso, una obligación”. Obligación también para entender cómo se configura el nuevo ajedrez global y cómo podemos ser parte de él.
*Columna publicada en diario Clarín
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