Dentro de doce días, Chile tendrá un nuevo gobierno. No será sólo un cambio político institucional y de gestión, sino también un cambio de generación. La transformación es profunda y se espera que las nuevas autoridades puedan enfrentar exitosamente la promulgación de una nueva Constitución, las demandas sociales, la pandemia y sus consecuencias económicas. Tal vez por eso, desde diversos escenarios internacionales se mira con especial interés este momento de Chile.

Pero si el devenir interno es complejo y desafiante, también lo es un mapa internacional que emergió hace treinta años y que hoy lo cruzan las incertidumbres, con resabios dramáticos del Siglo XX. Ahí está la invasión a Ucrania, repudiable en la acción y en el desprecio a la diplomacia y el diálogo político. Puede que a Rusia le disguste ver en sus fronteras el poder de la OTAN, pero Putin eligió el peor camino para el logro de sus objetivos: una bofetada al multilateralismo. ¿Alguien puede creer que ahora es posible organizar una APEC normal, donde los líderes de Estados Unidos, Rusia, China, junto a los demás reflexionen con mirada de futuro? ¿O que el G20 pueda definir políticas compartidas sobre los verdaderos desafíos que hoy vive el mundo? Con su decisión, Putin le ha hecho un daño enorme a Rusia.

La generación que asume el poder en Chile –al igual que sus iguales en muchos otros países– tiene la difícil tarea de avanzar por el Siglo XXI construyendo una agenda de futuro, con nuevas formas de relación entre los países, las sociedades y entre poder y ciudadanía. Una realidad donde también tendrá que ser pragmática e imaginativa para construir a partir de lo que heredan.

¿De dónde viene este tiempo de hoy? De las últimas tres décadas, cuyas lógicas ya no resuelven las tensiones y búsquedas contemporáneas ni del futuro. En 1991, la Unión Soviética disolvió las estructuras políticas federales y el gobierno central de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, dando paso a la independencia de 15 países soberanos. Fue el fin de la llamada “Guerra Fría”. Estados Unidos emergió como el líder único de poder global, dando paso a una nueva era en su desarrollo militar, científico, tecnológico y económico.

Pero ese período de bonanza y crecimiento duró hasta el 11 de septiembre de 2001, cuando Estados Unidos fue atacado por una fuerza extranjera en su propio territorio y todo el mundo vio caer las Torres Gemelas. Aunque en este caso el enemigo no era un Estado sino grupos terroristas, Washington reaccionó con la lógica de siempre: la acción militar. Primero fue Afganistán y luego Irak, en ambos casos con resultados infructuosos, un aumento del conflicto en la zona y guerras interminables donde sufrieron una derrota tras otra.

La segunda crisis llegó en paralelo tras el 2000, y marcaría el andar global. De manera inédita, el mercado bursátil de Estados Unidos cayó abruptamente en 2008 –por la falta de regulación–, generando una crisis económica sin precedentes e impulsando, entre otras cosas, el nacimiento del G20. La tercera crisis vino con la pandemia, cuyos efectos no sólo pusieron a prueba los sistemas de salud nacionales e internacionales, sino demostraron quiebres y carencias sociales profundas. Y muchos se preguntaron: ¿dónde falló la globalización?

Diversas voces hablan hoy de un retorno de la Guerra Fría. Y de que mandatarios de la nueva generación, como el Presidente Boric, tendrán que asumir esa realidad y tomar opciones. Lo de Ucrania parece ratificar esa mirada, pero lo que viene es mucho más complejo. La actual confrontación entre Estados Unidos y China no es una pugna por el poder militar, ni trae aquellas persecuciones ideológicas que tanto dolor crearon en los países latinoamericanos. Se trata de un enfrentamiento por el poder tecnológico y del conocimiento, en un escenario donde las redes comerciales y los intereses se entrecruzan globalmente. China no es la nación de hace treinta años: ya ha sobrepasado incluso el PIB de Estados Unidos y es el país que más patentes inscribe en la Organización Mundial de Propiedad Intelectual.

La nueva generación de gobernantes necesita otra hoja de ruta para desenvolverse en el escenario internacional. Apostar por el multilateralismo y por el derecho a relacionarse con todo aquel que constituya un vínculo oportuno para los planes de desarrollo del país. Desde América Latina la tarea es construir un mínimo común –una agenda esencial– para el diálogo con el resto del mundo en medio de esa confrontación tecno-estratégica entre Beijing y Washington. Una tarea prioritaria cuando son poco claros los pasos que da cada cual. ¿Por qué Bolsonaro fue a encontrarse con Putin en Moscú? ¿Qué significados envuelve el viaje del presidente Fernández a Moscú y Beijing? Más que señales de autonomía estratégica, parecen acciones motivadas por urgencias de coyuntura, sin ninguna coordinación entre ambos.

La nueva generación en Chile y América Latina no puede eludir las herencias del pasado, pero debe ver más allá del espejo y mirar sus propios caminos desde otro ángulo. En la agenda 2030 está:

1./ 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible para el 2030, acordados por todos los países miembros de la ONU, para alcanzar un mínimo de desarrollo común en 2030, propósitos que deben ser el eje para las políticas nacionales e internacionales.
2./ En materia de cambio climático, es necesario suscribir el Acuerdo de Escazú para que funcione como eje ordenador de la visión de la región. Hay una oportunidad de participar y liderar la próxima reunión de este acuerdo en abril próximo, cuando los 12 países que lo han suscrito se reúnan en Santiago para implementarlo.
3./ Es necesario fortalecer la Organización Panamericana de Salud (dependiente de la OMS) para que convoque a una reunión y lidere políticas que permitan enfrentar futuras pandemias y coordine la respuesta de toda Latinoamérica en ese aspecto.
4./ Se requiere definir una política común frente a las migraciones, entendiendo que muchos de nuestros países son tanto emisores como receptores de migrantes.
5./ Se debe definir un acuerdo común para enfrentar la expansión del narcotráfico en la mayoría de los países de la región.

Todo ello pensando que no se gobierna para cuatro años, sino para otra generación que también sabrá llegar con su propio pensamiento crítico. Así avanzan los países.

Columna publicada en La Tercera

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